lunes, 23 de marzo de 2009

Respuesta a la Pregunta 12

¿A qué se debe que mis dos hijos sean tan diferentes? ¿Son tan importantes las experiencias que te ocurren cuando eres niño?

Hay dos poblaciones humanas viviendo en el mismo planeta: quienes han leído algún libro sobre educación y los que viven sin leer esa clase de obras. Únicamente los primeros se sorprenderán con la respuesta a esta pregunta: sus hijos son diferentes, o lo serán cuando los tenga, porque son diferentes. ¿A qué parece una respuesta con truco? Bueno, pues no hay ninguno, sino que es así como la naturaleza quiso que fuese. No es que la naturaleza tenga intenciones en el sentido humano del término, pero las cosas funcionan así en el mundo natural, del que nosotros formamos parte.

Quienes han leído libros sobre educación aceptan, quizá aquejados de una cierta prepotencia alimentada por los autores de esos tratados, que pueden modelar a sus hijos si se esfuerzan lo suficiente, resaltando las virtudes y desestimando los defectos. Si mi hijo viene a este mundo sin nada en su cabecita, entonces es posible escribir en ella los códigos y recetas que le convertirán en el retoño que siempre soñé tener.

Eso es lo que piensan, por supuesto antes de que nazca su segundo hijo. Aunque incluso con el primero empiezan a sospechar que las cosas no son tan sencillas, se mantienen en suspenso hasta la llegada del segundogénito. Ahí la situación se precipita por una escarpada colina empujada por un camión de gran tonelaje –ese camión se llama ‘naturaleza humana’. La mosca que zumbaba detrás de la oreja, se convierte en un abejorro imposible de ignorar: ¿será que esos libros no estaban en lo correcto? ¿Será que estos locos bajitos son distintos? ¿Será que las recetas que aplico no producen el mismo resultado porque los ingredientes no son de la misma pasta?

Si los que se limitan a vivir y no se distraen leyendo tratados sobre educación pudiesen escuchar estas preguntas, no pararían de reírse. Y si tuviesen oportunidad se situarían en el lugar que ocupa el abejorro para espetarles a esos ingenuos progenitores: ¡ellos viven su vida y tú la tuya! ¡Tú eres tú y ellos son ellos! ¿Pero en que no te das cuenta, alma de cántaro, que ellos estarán contigo solo un pequeña parte de sus vidas, y que, por tanto, deben seguir las consignas de aquellos con los que van a tener que convivir realmente?

Y, como habrán adivinado, esos otros son sus amigos y colegas. Los padres no son ni sus amigos ni sus colegas. Les querrán más o menos, pero lo que tienen claro es que la vida de sus padres no es la suya. El hogar de sus padres no será el hogar que ellos formarán. Ellos no han elegido a sus padres, pero, en la medida de lo posible, elegirán a sus amigos y colegas. Eso produce una diferencia crucial en la ecuación de la vida.

El hecho de que mi padre fuera autoritario conmigo sólo me hará autoritario si compartimos los genes que están detrás de esa faceta psicológica. No seré autoritario porque viviese en una familia así. Seguramente mi hermano, habiendo vivido en el mismo hogar, será, en su vida adulta, un bohemio anarquista. Basta con que se haya librado de esos genes que yo sí comparto con mi padre.

La ciencia ha revelado que la semejanza entre padres e hijos no se debe a que los primeros hayan criado a los segundos, sino a que son parientes. Ese parentesco puede ser mayor o menor, dependiendo de algo tan relativamente caprichoso como el barajado genético. Si me parezco más a mi padre que mi hermano en determinadas facetas psicológicas, como el autoritarismo, eso se deberá a que yo soy ‘más pariente’ de mi padre que mi hermano. Seguramente él se parecerá más a mi madre. O no.

¿Hay parentesco genético entre un padre y su hijo adoptivo? Por supuesto que no. Estudiando familias adoptivas, los científicos han demostrado que, a pesar de que los primeros crían a los segundos desde el momento de su nacimiento –igual que ocurre en las familias convencionales—la semejanza psicológica es la esperable en dos personas cualesquiera que no sean parientes. De hecho, ese hijo adoptivo tenderá a parecerse más a su padre biológico –con el que, por cierto, nunca ha convivido—que a su padre adoptivo –con el que tuvo contacto desde que nació.

Existe un fuerte mecanismo de defensa que la naturaleza ha previsto –si se me permite hablar así: sería un mal negocio que mi personalidad estuviera a expensas de lo que unos padres, que no he elegido, decidieran hacer en un momento determinado de sus vidas conmigo. Mi naturaleza, como ser humano, debe protegerse de las inclemencias del entorno. Por eso lo que me ocurre cuando soy niño es mucho menos relevante de lo que pensamos.

Es fácil pensar que soy agresivo porque es lo que viví en mi familia. Que soy tímido porque mi padre me intimidaba. Que soy depresivo porque mi madre era una mujer triste. Pero no es así. Si soy agresivo, tímido o una persona triste, será por mi naturaleza, no por lo que mis padres hicieron o dejaron de hacer cuando yo era un niño.

Esta es, por descontado, la norma general. Sin embargo, existen excepciones que me veo en la obligación de mencionar. En familias especialmente abusivas se pueden llegar a producir episodios que se prolonguen en el tiempo y que puedan llegar a marcar la vida de una persona. Que duda cabe. Pero el hecho de que esto suceda en determinados casos no permite que se pueda aplicar al resto de los mortales. Para la mayoría de la gente, la respuesta general a esta pregunta es la que vale.

En resumen: por lo que se refiere a sus hijos, limítese a darles el amor del que sea capaz, disfrute con ellos y deje de obsesionarse con la idea de que hay recetas generales que sirven para criarles como a usted le gustaría. No es verdad. Y no lo es porque ellos deben ir creando su propio camino, algo que hacen sin dudar demasiado (dependiendo de su naturaleza).

2 comentarios:

  1. De acuerdo, en general, con la respuesta general a la cuestión. Pero hay un peligo de esta respuesta general, y es pensar que "no tenemos nada que hacer", salvo "quererles mucho".

    Por ello, una observación he de hacer: ¿entonces, para qué se supone que sirve la "educación"? Entiendo que para dotar de contenido la vida de las personas, y con esto me refiero a "ofrecer/mostrar" contenidos, actitudes y conductas deseables, y disuadir o inhibir las menos deseables. Efectivamente, es muy pequeño (casi nulo, quizás) el margen que tenemos para hacer a nuestros hijos más inteligentes o para hacerlos más extrovertidos. Sin embargo, sí podemos hacer (o intentar) que su inteligencia se acostumbre a trabajar por el bien común (y no sólo por el bien propio o egoísta), y también podemos hacer que su introversión sea menos problemática para sus vidas entrenándoles en pautas de comportamientos idóneas para relacionarse con los demás y sentirse más cómodos con ellos. Por tanto, el hecho de que los papás y las mamás no puedan modificar los rasgos (cognitivos y de personalidad) de sus hijos, no significa que no puedan "educarles" en algún sentido. Precisamente pueden educarles en el sentido más auténtico del término educar, pueden educarle moralmente, y educarle para la vida: enseñarles caminos (que luego ellos decidirán o no elegir) y enseñarles herramientas (que luego ellos decidirán o no usar, o perfeccionar). Pero, a la postre, pueden "educar", aunque no el sentido ingenuo del término, claro está.

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  2. Quererles no es tan fácil como puede parecer a primera vista. La utilidad de algo no tiene por qué hacerlo más valioso. Preguntas: ¿para qué vale la educación? Si educar es algo que consideramos relevante, que sea más o menos útil no tiene por qué ser un elemento clave. Claro que los padres pueden esforzarse por educar a sus hijos, como señalas. Pero el esfuerzo no garantiza el resultado. Eso es lo que pretende aclarar la respuesta. Dudo de que los padres puedan educar a sus hijos para la vida. Más bien la vida es la que les educa, tanto a ellos como a los padres. Sé que es duro asumirlo, pero también creo que es necesario cambiar de perspectiva. ¿Cuántos casos hay de padres que apenas pueden soportar su vida propia porque la de su hijo se ha arruinado? Creen, en general incorrectamente, que una gran parte de la culpa es suya: ¿qué hice mal? es una pregunta que no paran de hacerse. La mayor parte de los padres no hacen nada mal, en el sentido de 'maldad'. La mayor parte de los padres quieren a sus hijos y se esfuerzan por darles lo mejor. El hecho de que solamnete llamen la atención los casos extremos no significa nada. La realidad no está en los medios de comunicación, que destacan la excepción (para vender, claro) sino en el mundo real. Lo que a menudo hacen algunos 'expertos' en educación, es, a mi juicio, despistar y confundir a los padres que, de por sí, actúan sensatamente. Pero, por supuesto, así es como lo veo yo. En la discrepancia está una de las claves para el avance.

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