domingo, 6 de septiembre de 2009

Respuesta a la Pregunta 39

¿Por qué se nos olvidan las cosas? ¿Nos inventamos los recuerdos?

Quizá en 1900 no fuese preciso recordar demasiadas cosas. En pleno siglo XXI es absolutamente vital, para nuestra salud mental, saber olvidar y hacerlo sin contemplaciones. Se nos olvidan algunas cosas porque debe ser así.

No son pocas las personas que acuden al psicólogo –o que preguntan a algún amigo que, además, es psicólogo—alegando enormes e insalvables problemas de memoria. Dicen que, de un tiempo a esta parte, no recuerdan cosas que antes rescataban con facilidad de su almacén de memoria: dónde pusieron las llaves, dónde se situaba el Vaticano con respecto al Coliseo o si han leído la segunda parte del capítulo doce de la novela a la que se encuentran enganchados –tranquilos, no es de Dan Brown.

Esta clase de olvidos no revisten la menor importancia. Sin embargo, la población de personas mayores está creciendo rápidamente. La media de edad es cada vez más elevada, lo que produce una manifestación creciente de deterioros. Uno de los principales dramas de quienes comienzan a padecer, a edad avanzada, alguna clase de demencia, es la pérdida de sus recuerdos. En gran medida, uno es lo que recuerda que es. Cuando eso falla, la identidad se difumina produciendo un extraordinario dolor psicológico.

Es natural, por tanto, que a la gente le preocupe olvidarse de sus cosas. Es perfectamente consciente de que, sin los recuerdos, su mundo se vendría abajo. No poder recordar la primera vez que nos besaron, el saludable aspecto de nuestra hija al nacer o el día en el que recibimos el reconocimiento por nuestra trayectoria laboral, se convertiría en una auténtica pesadilla. Tendríamos la certeza de que nuestro paso por este mundo habría sido un sin sentido.

Es fácil caer en el error de pensar que recordar es algo que sucede o no sucede, es decir, podemos estar tentados a suponer, incorrectamente, que olvidar o recordar obedece a mecanismos en los que somos pasivos. Nada de eso. Recordar, y, por tanto, también olvidar, es un proceso activo. Nosotros contamos.

Antes dijimos que olvidar es necesario para no terminar inundados de información. No poder dejar de memorizar y recordar es, quizá, una pesadilla aún más intensa que la de olvidarse de determinadas cosas. Es apropiado, ahora, recordar un fragmento de un famoso relato del gran Jorge Luis Borges, ‘Funes el memorioso’: “más recuerdos tengo yo sólo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Mis sueños son como la vigilia de ustedes. Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras”.

Para que podamos ser eficientes, nuestros recuerdos deben estar organizados. Si intentamos encontrar un libro en una biblioteca desorganizada, tendremos muchos más problemas que si nos hemos tomado la molestia de buscar y encontrar alguna clase de orden que, llegado el momento, podamos usar para ir directos al grano. De hecho, en el primer caso puede darse la circunstancia de que (a) extraviemos el preciado texto o (b) pensemos que lo poseemos pero que, en realidad, nunca haya formado parte de nuestros fondos. Esta segunda posibilidad nos conecta con el fascinante mundo de la invención de los recuerdos.

Nuestro cerebro es un órgano especializado en encontrar sentido, sea como sea, a las más variadas situaciones y circunstancias. Por lo tanto, con tal de encajar las piezas, hará lo posible para convencernos de que algo que nunca existió realmente tuvo lugar. Si ese recuerdo inventado contribuye a darle sentido a una historia, el cerebro nos hará creer que fue real haciendo uso de las más sofisticadas artimañas.

La experiencia nos demuestra que olvidamos y que recordamos en falso. Ambos fenómenos están relacionados con el hecho de que el modo en el que está montado nuestro sistema de memoria es realmente peculiar. No es, desde luego, como una biblioteca. Nunca encontraremos un libro en nuestra biblioteca mental, sencillamente porque ese libro no existe. Cuando recordamos, construimos el texto que compone los volúmenes de nuestra vida pasada. A día de hoy no sabemos cómo se lleva a cabo exactamente este proceso, pero estamos casi seguros de que es así. De ahí que no sea difícil comprender por qué se pueden inventar determinados trazos de la historia.

La mejor estrategia para no olvidar y para recordar los hechos es practicar. Algunos piensan que recordar la filmografía de un director, los ingredientes de la comida tailandesa o los ríos de Canadá, por simple diversión, es estúpido. Háganme caso: no lo es. Por el contrario, es muy inteligente...

1 comentario:

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