sábado, 26 de septiembre de 2009

Respuesta a la Pregunta 47

¿Es cierto que solo usamos una parte de nuestro cerebro? ¿Cómo sabemos qué parte del cerebro se encarga de las distintas cosas?

No, no es cierto que usemos solamente una parte de nuestro cerebro. Nos servimos todo el pastel para realizar la más trivial de las acciones.

Los neurocientíficos han comprobado este hecho en repetidas ocasiones. Imagine que le reclutan para un experimento. Llega usted al laboratorio y le sientan cómodamente en una silla. Le colocan una especie de casco futurista en su cabeza y le informan de que ese dispositivo –para usted casi diabólico—permitirá recoger la actividad de su cerebro mientras hace lo que seguidamente se le explicará.

Al frente hay una pantalla de ordenador y a su lado, encima de la mesa, un aparato con dos teclas, A y B. Lo que se le pedirá es que presione, tan rápido como pueda, la tecla A si en la pantalla aparece una luz verde. Por el contrario, debe presionar la tecla B si la luz que se presenta es roja.

¿A qué parece una tarea fácil? Y realmente lo es. No se preocupe, no hay truco.

Pues bien, aunque esa decisión tan sencilla se puede tomar en cuestión de milisegundos, es decir, tardará menos de un segundo en apretar el botón A o el B, su cerebro se irá iluminando por partes, desde las zonas posteriores a las anteriores: ve la luz y se iluminan las regiones posteriores del cerebro. Luego evalúa si es verde o roja y recuerda qué debía hacer en ambos casos. Ahora se iluminan las zonas temporales y parietales. Finalmente, decide pulsar el botón A o el B, momento en el que se iluminan las zonas más frontales de su cerebro.

Por tanto, para hacer algo tan elemental como decidir si una luz es roja o verde, el cerebro al completo se pone alerta y reacciona, algo que se puede registrar mediante un escáner similar a los que se usan regularmente en los hospitales de todo el mundo para hacer algo ahora tan conocido como una resonancia. Por tanto, si esas regiones occipitales, temporales, parietales y frontales se activan cuando debemos decidir entre apretar un botón A o un botón B, ¿no será todavía más ‘dramática’ la situación cuando nos enfrentemos a decisiones sustancialmente más complejas? De hecho, la vida es algo más que decidir si una luz es verde o roja.

La vieja idea de que solamente usamos un minúscula parte de nuestro cerebro y de que, por tanto, es como un continente sin explorar a la espera de que aprendamos a extraerle un increíble potencial, es simplemente absurda. No, nuestro cerebro es un órgano maravilloso, al que todavía no comprendemos bien, pero eso no significa que no se use al completo.

En la actualidad hay un esfuerzo intenso, por parte de muchos equipos de investigación, a lo largo y ancho del planeta, destinado a conocer cómo funciona ese órgano. Aunque los científicos debamos reconocer que el camino es todavía largo, se van dando pequeños pasos para el hombre, pero grandes para la humanidad.

Hasta no hace demasiado tiempo debíamos confiar en evidencias indirectas derivadas de los estudios de los psicólogos, o en el análisis del cerebro de personas que habían fallecido y que, generosamente, donaron sus cerebros para promover el avance de la ciencia.

Ahora no es necesario. En la actualidad, y desde algunos años, los científicos somos capaces de explorar el cerebro de las personas cuando llevan a cabo las más variadas actividades. No solamente pulsar uno de dos botones, sino muchas otras cosas que nos están permitiendo ir encontrando las pistas que, tarde o temprano, permitirán resolver el rompecabezas.

La exploración del cerebro es una empresa fascinante. Quizá mayor que la de conocer el cosmos. Puede que todavía más relevante que la búsqueda de nuestra identidad a través de la comprensión de nuestra herencia genética. En el cerebro confluye la influencia que ejercen nuestros genes, por supuesto, pero también la de las experiencias vitales por las que pasamos. El cerebro es el lugar natural de encuentro de ambos factores y donde se preparan las recetas que los humanos cocinamos en el mundo.

El esfuerzo dirigido a investigar el cerebro humano constituye un viaje alucinante en el que, realmente, llegaremos, como decía el viejo aforismo griego, a conocernos a nosotros mismos. Es este, a mi juicio, un viaje en el que no deberíamos reparar en gastos.

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