viernes, 22 de julio de 2011

Google's Brain


Comienza a advertirse que pudiera ser que nuestro cerebro se esté modificando por la creciente interacción con la tecnología. Se advierte y, también, se alerta.

Reflexionaba Jim Flynn en su obra 'What is intelligence? Beyond the Flynn effect', que las generaciones recientes se mostraban intelectualmente más capaces debido a que la influencia de la ciencia estimuló el pensamiento abstracto de alto nivel, llevándonos a abandonar, masivamente, el pensamiento concreto. Una mayor abstracción promueve, según él, el desarrollo intelectual.

A su vez, disponemos de numerosos datos que conducen a la conclusión de que la actividad mental, o cognitiva, modifica el cerebro aprovechando su plasticidad.

De ambos puntales cabe deducir que si las condiciones del entorno sufren un dramático cambio, entonces nuestro cerebro deberá adecuarse a las nuevas circunstancias. Igual que el uso regular del reloj cambió por completo, allá por el siglo XIV, nuestro modo de interactuar con el tiempo, y, por tanto, nuestras vidas [el científico computacional Joseph Weizenbaum dijo, con razón, que dejamos de escuchar a los sentidos y comenzamos a obedecer a los relojes] ahora se sospecha que los ordenadores, los teléfonos móviles, las tabletas, y, especialmente, Internet, pero en general, la serie de gadgets sobradamente conocidos, cambiarán nuestros hábitos mentales vía la modificación del cerebro que los sustenta.

Nicholas Carr es uno de los pensadores que más ha explorado esta posibilidad. Declara esta persona humana: "ya no pienso como solía hacerlo. Lo noto especialmente cuando leo. Antes era fácil sumergirse en un libro o en un extenso artículo. Mi mente resultaba atrapada por el hilo narrativo y por los giros en el argumento, invirtiendo horas en ese proceso. Pero esto se ha terminado".

Seguramente ahora se lee más que en la era de la televisión, pero de modo tan distinto que nuestra mente puede estar cambiando. Maryanne Wolf, psicóloga de profesión, piensa que no solamente somos lo que leemos, sino cómo lo hacemos. La eficiencia e inmediatez de los gadgets puede estar destruyendo nuestra capacidad de abstracción. Cuando se lee online, nos convertimos en meros decodificadores de información. Continua Wolf diciendo que el acto de leer no tiene nada de instintivo --como sucede con el habla-- sino que debe educarse con esmero y paciencia. Las redes cerebrales no pueden ser iguales recogiendo información de la red que leyendo 'The road'.

Cuando se navega por Internet, se exigen (y esperan) cambios sistemáticos. Se pasa de wikipedia a un blog, de aquí al email, de esos mensajes a sacar una entrada para 'The Hangover II', luego a un periódico digital o a lo último de YouTube. Permanecer en una página durante más de 60 segundos se considera terriblemente aburrido.

La red es ahora un medio universal. Es la gran ventana. Alimenta nuestra mente, pero ¿la cambia también? Antiguos lectores voraces de novelas confiesan ahora que una entrada de blog con más de tres párrafos resulta insufrible. En ciencia, los artículos han incorporado 'highlights' como un requisito básico de publicación. Los resúmenes son clave y se limita, estrictamente, el número aceptable de palabras.

El sociólogo Daniel Bell se refiere a 'tecnologías intelectuales', es decir, dispositivos que amplían nuestras capacidades. La red de redes aglutina una enorme cantidad de esas tecnologías. Nuestra atención va de un sitio a otro sin mover las posaderas. Los medios más clásicos --radio, televisión y prensa-- se ven obligados a reinventarse emulando internet.

La central de Google, en California, desarrolla algoritmos destinados a encontrar los patrones de navegación de los usuarios en la red. De ahí a controlar lo que se les ofrece --o de lo que se les priva-- no hay tanta distancia. El gurú de Google, Eric Schmidt, piensa que la información es un recurso que puede amontonarse y procesarse con industrial eficiencia. Cuantas más piezas de información se hagan accesibles y cuánto más rápido se pueda extraer su esencia, más productivos seremos como pensadores. Ahí es nada.

Los creadores de Google, Sergey Brin y Larry Page --quienes merecen un capítulo aparte-- idearon un sistema que pudiera conectarse directamente a nuestros cerebros. Ese sistema debería ser, cuando menos, tan inteligente como nosotros. De hecho, quizá debamos comenzar a concebir a nuestro cerebro como un procesador anticuado con un disco duro escasito.

El escritor Richard Foreman dijo: "provengo de una tradición cultural en la que el ideal se basaba en las densas y complejas estructuras de una personalidad educada y articulada --un hombre o mujer que albergaba en su interior una versión personal y única de la herencia de Occidente. Pero ahora asisto a la sustitución de esa compleja densidad interna por una nueva clase de ego que evoluciona bajo la presión de la sobredosis de información y de la tecnología instantáneamente disponible. Corremos el riesgo de transformarnos en 'personas bizcocho'".

¿Se estará convirtiendo en artificial la inteligencia humana?

P.S.
Con este artículo me despido hasta Septiembre.
En mi caso, Agosto se inventó para desfragmentar el sistema...

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