En el capítulo nueve de la serie
documental (‘Las
vidas de las estrellas’) Sagan
nos conduce desde los átomos, el mundo de lo muy pequeño, al cosmos, el de lo
extraordinariamente grande.
Una deliciosa tarta de manzana está
hecha del mismo material que nuestro sol, y, por supuesto, que nosotros los
seres humanos. Somos material estelar.
Provenimos de las estrellas y de las complejas interacciones que se establecen
en su galáctico ciclo vital, desde su nacimiento hasta su muerte.
Así dicho suena incluso poético:
somos hijos de las estrellas y compartimos sus mismos átomos. Pero comprender
el proceso a través del que esos elementos atómicos se combinan para formar el
mundo conocido es harina de otro costal.
No son los elementos químicos en sí
mismos los que nos permitirán resolver el enigma, sino los mecanismos a través
de los que se ensamblan para formar los mundos de las galaxias, y, en concreto,
los seres animados e inanimados que pueden encontrarse en un planeta como la
Tierra.
Todo parece muy simple cuando se toma
conciencia de que toda la realidad puede reducirse a átomos compuestos por
protones, neutrones y electrones. O que los distintos elementos químicos
organizados en la famosa tabla periódica únicamente varían por el número de
átomos. Existen más de 90 tipos
químicamente distintos de elementos en el mundo conocido. El más simple es el
hidrógeno (el elemento 1) y el más complejo es el uranio (el elemento 92). La particular combinación de tres unidades (protones,
neutrones y electrones) lo forman esencialmente todo.
Para aumentar nuestra perplejidad, el
presentador subraya que los átomos son, en su mayor parte, espacio vacío.
La materia se compone
esencialmente de nada.
El universo está formando en un 99% por
hidrógeno y helio, los elementos más simples de la tabla periódica. Las
estrellas y sus planetas nacen a consecuencia de un colapso gravitacional de
nubes de gas y polvo. El brillo de las estrellas no es otra cosa que el resultado
de poderosas fusiones nucleares. Lo que sucede en el interior de las estrellas
es capaz de combinar los átomos superando la fuerza de repulsión de sus
componentes.
Igual que nosotros, las estrellas
tienen progenitores y producen descendencia. En su proceso evolutivo, las
estrellas pueden tener distintos finales, todos ellos trágicos. Puede
producirse una supernova o un agujero negro. Quizá estos últimos puedan servir
para desplazarse a distintos lugares del cosmos violando sus principales leyes.
Es este un capítulo realmente
abstracto. Me cuesta trabajo imaginar que, a día de hoy, tuviera el mismo eco
que cuando se emitió originalmente por televisión. Ahora que estamos
preocupados por innumerables factores, desde las decisiones de nuestro Presidente
y su ministro de economía hasta las elecciones norteamericanas, pasando por las
últimas reveladoras declaraciones de Belén Esteban, resulta difícil aventurar
una buena acogida a las palabras de este científico.
Se esfuerza por contarnos que somos
material estelar, que somos hijos del cosmos en un sentido profundo. Nuestra
materia, nuestra forma y nuestro carácter se encuentran determinados por la
relación de la vida con el cosmos.
Su tarea resultaría en fracaso hoy en
día. Si tuviera éxito, gran parte de las cosas que ahora nos preocupan pasarían
a ocupar un segundo plano. Si lograse su objetivo, nos centraríamos en lo
realmente importante al tomar conciencia de que, en un sentido literal, y
aunque todavía no podamos comprender en qué sentido preciso, todos somos hermanos del mismo padre: el cosmos. Somos una
gran familia.
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