lunes, 1 de octubre de 2012

COSMOS (12)


El capítulo doce (Enciclopedia galáctica) podría resumirse en la frase: "las declaraciones extraordinarias requieren pruebas indiscutibles".

Se comienza con la dramatización de un caso de 'encuentro en la tercera fase' sucedido en los años 50. Sagan reconoce que le encantaría que los extraterrestres se encontrasen entre nosotros, pero se ve obligado a admitir que no existe ni una sola prueba contundente.


Desde esa conclusión se nos traslada al siglo XVIII para narrar la aventura de J F Champollion en su intento de descifrar la escritura jeroglífica de los egipcios, sirviéndose de la famosa piedra Rosetta. Fue un niño precoz que se interesó por los objetos traídos por el ejercito de Napoleón desde Egipto, incluyendo fragmentos de roca repletos de jeroglíficos. Le preguntó a su mentor, J Fourier, qué significado tenían, no obtuvo respuesta y se obsesionó con la idea de comprenderlo.

Había mucho charlatán y demasiada especulación en esa época sobre la escritura de los faraones, lo que apagaba el interés de los verdaderos científicos, pero no fue ese el caso del joven Jean François. Sagan denuncia que en nuestra época puede estar sucediendo algo similar: hay demasiado oportunismo y excesiva especulación sin base sobre la vida extraterrestre, y quizá sea preciso un Champollion que pueda descifrar el 'lenguaje estelar'.


Cuando, ya en su vida adulta, el lingüista francés visitó Egipto quedó impresionado por los logros arquitectónicos alcanzados durante los 3.000 años de Faraones. La cultura europea de su época le resultó minúscula en comparación con Dendera o Karnak. Le parecieron residencias para gigantes, para, quizá, seres de otros planetas.

¿Podrían esos otros planetas contener vida inteligente?  Denuncia Sagan que nuestros intentos por averiguarlo son ínfimos, a pesar de disponer de radiotelescopios que, según él, deberían dedicar parte de su tiempo a ese menester, como el de Arecibo, en Puerto Rico. La emisión de una simple secuencia de números primos demostraría que en la Tierra existe vida inteligente y podría llegar a despertar la curiosidad de otros seres.


Pero, bien pensado, ¿por qué íbamos a resultarle interesantes a ET? Y aunque así fuese, una civilización del centro de la vía láctea tardaría cientos de años en llegar hasta nosotros viajando a la velocidad de la luz. ¿Por qué iba a compensarles semejante empresa? Aunque quizá ya estén entre nosotros. Quién sabe. Seguimos careciendo de pruebas indiscutibles sobre una afirmación extraordinaria como esa.

Usando una simple ecuación basada en el número de estrellas de la vía láctea, las estrellas con sistemas planetarios, el número de planetas ecológicamente válidos para la vida, los planetas en los que nace la vida, los planetas con vida inteligente, los planetas donde se desarrolla tecnología y, finalmente, los que han producido armas de destrucción masiva, resulta que en el conjunto de la vía láctea podría haber, a lo sumo, diez planetas entre centenares de miles de millones de estrellas. Pero, para alegría del presentador, la cifra ascendería a millones de planetas simplemente omitiendo la ultima parte de la ecuación.


El capítulo se cierra con la consulta ficticia de una enciclopedia en la que se recogen las características de los planetas de nuestra galaxia. Es una bonita especulación, pero seguimos sin la evidencia precisa. La ciencia puede darle la espalda al intento de encontrar signos de vida inteligente extraterrestre, pero de ser así Sagan nos insta a recordar la historia de Champollion: solo su empeño y su empecinamiento logró que pudiéramos comunicarnos con una cultura tan impresionante como desconocida de nuestro propio planeta.

¿Estamos dispuestos a perdernos, por negligencia y miopía intelectual, el que podría ser el mayor descubrimiento de la humanidad?

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