Recuerdo
al músico Peter Gabriel invitándonos,
en un concierto que dio en Madrid, a grabar actos reprobables con nuestros
teléfonos móviles para denunciarlos ante las autoridades. Los asistentes
aplaudieron a rabiar ante esa consigna.
Pero esos
espectadores volvieron después a su realidad cotidiana y se encontraron con que
la Generalitat de Cataluña les proponía
hacer algo similar en los trenes que pagaban entre todos. Los actos que
considerada susceptibles de denuncia eran poner
los pies en el asiento, ensuciar las instalaciones, viajar sin billete, no
ceder los lugares reservados, pedir limosna o llevar la música alta.
Pero
la Generalitat no se limitaba a sus trenes.
Los
Mossos d’Esquadra les pedían ayuda a
los ciudadanos para identificar a los vándalos que destrozaban la ciudad de
Barcelona, en actos como la huelga general del 29-M.
Felip Puig, de CiU, solicitaba que se hicieran fotos
a quien tirase colillas por la ventana.
Una
serie de intelectuales se han lanzado a una fascinante carrera para apoyar o
rechazar esta clase de medidas.
En
realidad, sin sacar las cosas de quicio, lo que proponen las autoridades
catalanas es que los ciudadanos se corresponsabilicen de la
seguridad y del orden público. Pagamos entre todos las cosas que unos
pocos destrozan. Miramos hacia otro lado porque delegamos en las autoridades
algo que quizá deberíamos hacer nosotros.
Si
sabemos que alguien está defraudando a hacienda descaradamente, quizá
deberíamos plantearnos dejar de darle una palmada en la espalda para reforzar
lo listillo que es, y contribuir a que contribuya, como los demás.
Algunos intelectuales
hablan de estado policial y sostienen que algo así estropea la convivencia.
Pero, ¿qué diantres significa eso?
Si me encuentro a un señor (o señora) golpeando salvajemente
a un chaval, ¿sigo caminando como si tal cosa, marco trabajosamente el teléfono
de la policía o le arreo un guantazo al señor o señora sin pensarlo dos veces?
Si a un adolescente le da por quemar los coches de su
calle (no es un supuesto, he sido testigo) ¿le animamos a que siga mientras no
llegue la policía y a que se oculte cuando se escuchen las sirenas?
Otros intelectuales (y políticos) dicen, así, como
quien no quiere la cosa, que el comportamiento incívico se corrige con más
educación.
Y un cuerno.
Violamos los límites de velocidad constantemente. Y
solamente pisamos el freno cuando hay un radar por los alrededores. Punto.
Con frecuencia no se hace lo debido, lo que se sabe
que debe hacerse, simplemente porque nadie está mirando (o está, pero mirando
hacia otro lado).
La amenaza del castigo, no la educación, es la única
manera de que algunos ciudadanos hagan lo que se debe. Negar este hecho es
ridículo.
Tu última afirmación, con la que concluyes, es así.
ResponderEliminar¿Cómo hemos llegado a esto?,me temo que ha sido por no educar como se hacía antes a nuestros hijos, hemos querido trasladar esa responsabilidad a los colegios, donde ya tienen bastante con intentar enseñar, por lo que estamos generando jóvenes sin ninguna educación. Ahora efectivamente no lo arreglamos, porque no solo habría que reeducar a esos chicos, si no que habría que empezar por sus padres.
Por lo que incluyamos en esa amenaza de castigo también a los padres de esos chicos.
Correcto, lo que está detrás de esta situación, al menos en parte, es la tendencia, que se ha denunciado varias veces en este blog, de delegar nuestras propias responsabilidades en organismos que no deberían cumplir esa clase de funciones. Los colegios, y, en último término, el llamado Estado, no debería meter as narices donde no les llaman.
ResponderEliminarBy-stander effect... More research is needed in order to understand individual differences in intervening during emergencies. This is my next step.
ResponderEliminarBest,
D.