lunes, 13 de enero de 2014

Comentarios sobre las actitudes ‘Anglo’ e ‘Hispanas’ y reflexiones sobre las actitudes internacionales en general –por Earl B. Hunt

[English Version Here]

Roberto Colom dirigió mi atención hacia un interesante libro de Philip Wayne Powell titulado “Tree of hate; propaganda and prejudices affecting United States relations with the Hispanic world” (New York, Basic Books, 1971 –Traducción: “La leyenda negra. Un invento contra España”. Barcelona, Áltera, 2005). A Powell, Profesor de Estudios Latinoamericanos, le molestaba lo que él supuso era una falta de respeto, desprecio, e incluso odio, por parte de los historiadores y estudiantes ingleses y norteamericanos, hacia la cultura hispana. El libro de Powell echa espuma por la boca. Exagera con entusiasmo. Pero no seré yo quien le contradiga completamente. No obstante, discrepo de Powell en un punto crucial. Pensaba Powell que la perspectiva anti-hispana era una característica genuina de los europeos del norte, y especialmente de la cultura norteamericana. De hecho, si se mira el panorama desde el momento en el que Powell publicó su libro (han pasado 40 años), y se piensa en los sucesos de los Balcanes, de África o de Oriente Próximo, quizá se pueda concluir que la clase de actitudes que él denuncia es producto de algunas características humanas universales.

Usaré el libro de Powell como excusa para discutir, a veces con ligereza, pero otras seriamente, sobre cómo pienso que se desarrollan los estereotipos nacionales y culturales. Para avanzar resumidamente mi postura, Powell presenta la perspectiva anti-hispana como algo singular y negativo de la cultura ‘Anglo’, aunque también culpa a los holandeses del siglo XVII, y, en menor medida, a los alemanes y franceses. Yo no lo veo así. Pienso que lo que sucedió fue un resultado desafortunado e inevitable de características humanas que pudieron ser útiles en algún momento, pero que no lo son ahora, mezcladas con los desarrollos recientes de tecnología. Un punto central de mi argumento es que ‘la sociedad’ no existe, sino que ‘sociedad’ es un término que usamos para identificar a personas que se identifican con otras personas, pero que, después, se comportan como individuos.

Primero es relevante que diga algo sobre mí mismo. Tengo alguna simpatía por la perspectiva de Powell. Crecí en el sur de California, y pasé tiempo en las que en aquel momento eran zonas rurales de los condados de Santa Bárbara y Ventura. Cuando tenía 16 años visité la ciudad de Méjico, y quedé impresionado por las civilizaciones aztecas y toltecas. Me hice con una copia del libro de Bernal Díaz (1496-1584) “True History of the Conquest of New Spain”. Para quienes no les suene, Díaz fue un conquistador que estaba al servicio de Hernán Cortés, y también de otros comandantes. De hecho, llegó antes que Cortés a Yucatán. El relato de Díaz es considerado por muchos historiadores como uno de los más fieles a los hechos. También es una gran historia de aventuras.

Empecé a interesarme seriamente por el periodo pre y post colombino de América Central, y, naturalmente, por la cultura de España en aquel periodo. Leí vorazmente sobre la conquista de México y el consiguiente establecimiento del Vice-Reinado, incluyendo las cartas de Cortés y del conquistador anónimo, y una traducción al inglés de un relato azteca. Los aztecas tuvieron una magnífica civilización, algo que es positivo, pero también fueron los caníbales más sistemáticos de la historia de la humanidad, algo que es negativo. Cortés tenía parte de razón al escribirle a Carlos V que “el diablo gobierna esta tierra”.

Powell está en lo correcto al afirmar que los conquistadores llegaron originalmente para colonizar. Díaz estaba orgulloso de la hacienda que construyó tras la conquista. También estaban motivados por un deseo sincero de extender su religión. Por otro lado, los conquistadores no fueron indiferentes para con el pillaje. Ciertamente fueron guerreros brutales, pero ¿qué decir del gas mostaza, las armas nucleares, o el 11 S? Algunos, incluyendo a Cortés, mostraron un gran respeto por la cultura indígena. Otros, en cambio, no. Cuando leí sobre Perú, llegué a la conclusión de que Pizarro fue un matón con suerte.

He mantenido mi interés por la civilización Latinoamericana. He visitado Méjico y España por motivos profesionales y personales, y he admirado los dibujos religiosos del siglo XVII que florecieron en Cuzco (con el conejillo de indias y el plátano en la mesa de la última cena). Mi pintor contemporáneo favorito es Miró. Uno de mis pocos pesares, resultado de mi larga residencia (47 años) en la frontera con Canadá, es que he perdido casi toda mi habilidad con el idioma español. Denme tiempo para releer algunas cosas y pienso que podría escribir una tesis aceptable sobre el periodo colombino en Méjico.

También soy un orgulloso y patriota norteamericano, pero no un ciego xenófobo. No creo en la excepcionalidad norteamericana (o ‘Anglo’). Somos como los demás; algunos son buenos; otros son malos.

Ahora que conocen cuál es mi visión del mundo, echemos un vistazo a lo que Powell tiene que decir. Powell proclama que la visión del norte de Europa sobre la cultura hispana es el legado de siglos de propagar una representación falsa, llegando hasta la Reforma y la Contra-Reforma. ¿Pero por qué detenerse ahí? ¿Por qué no atribuirlo todo al sexo? Quizá si Enrique VIII no se hubiese obsesionado con Ana Bolena no hubiera solicitado el divorcio de Catalina de Aragón. Quizá si Carlos V no se hubiese apoyado en el Papa para prohibir el divorcio, la iglesia anglicana no hubiera tenido ningún sentido, eliminando el precedente del que se sirvió a placer Lutero un siglo después. Sin protestantes, quizá Felipe II se hubiese casado con la hija más atractiva de Enrique, Elizabeth, en lugar de con Mary. Y, por tanto, la Armada no hubiera tenido sentido, tampoco la Reforma, ni la Guerra de los 30 años, y los gringos hablarían español hoy en día. Pero todos sabemos lo que sucedió.

Pienso que Powell se pierde. La gran separación entre los ‘Anglos’ y los ‘Hispanos’ se produjo cuando el Papa, bajo la influencia de Carlos V, dividió el hemisferio occidental entre España y Portugal. Enrique VIII preguntó qué clausula en la voluntad del Padre Adán permitía esa acción. Una buena pregunta. Comenzó una batalla territorial desde la Armada hasta la guerra entre Norteamérica y España.

Powell está probablemente en lo correcto al afirmar que entre el siglo XV y el XVIII los países protestantes de Europa ofrecieron una visión terrible sobre España y su cultura. Pero se equivoca al suponer que existe algo en la cultura del norte de Europa que convierte ese hecho en algo genuino. Catón el Viejo recurría al mensaje de que ‘Cartago debía ser destruida’ en sus discursos ante el senado romano, tan a menudo como un candidato republicano dice hoy en día ante su senado que ‘hay que terminar con el programa de seguridad social de Obama’. En el siglo IV antes de Cristo, el ateniense Demóstenes no halagaba precisamente a los macedonios. Avanzando en el tiempo, el ataque más violento hacia el carácter intrínsecamente diabólico de la gente (los teutones) que haya visto jamás, se puede ver en la película de Eisenstein ‘Alexander Nevsky’, pensada para preparar a los ciudadanos soviéticos para la guerra contra Alemania. A los norteamericanos se les ofreció una visión distorsionada de la cultura japonesa durante la segunda guerra mundial, y supongo que ellos hicieron otro tanto. Los actuales israelíes y palestinos no se lanzan precisamente flores.

Ignoro cómo se representaba a Norteamérica e Inglaterra en España entre 1500 y 1910, pero a menos que los españoles sean diferentes del resto de la humanidad, me lo puedo imaginar.

Lo mismo sucede, pero de modo más silencioso, cuando dos individuos se encuentran en una situación desequilibrada (o se recuerda alguna reciente). Las novelas británicas sobre el periodo imperial miran por encima del hombro a los africanos y a los indios. Lo mismo puede decirse de los escritos norteamericanos durante el periodo en el que dominaban Latinoamérica y las islas filipinas. Theodore Roosevelt dijo sobre el canal de Panamá: “lo robamos legalmente”. Justificó sus acciones declarando que los colombianos, que gobernaban en Panamá en aquel entonces, eran corruptos e incompetentes. Cuando Roosevelt explicó sus acciones a su gabinete, el secretario de Estado, Elihu Root dijo: “Señor Presidente, se ha defendido usted con éxito contra el cargo de seducción admitiendo que ha cometido una violación”. Al menos algunos norteamericanos eran escépticos.

El cumplido ha vuelto. Las películas de Bollywood retratan a los británicos como seres ocasionalmente feroces, pero siempre arrogantes, torpes e ingenuos. Si estos cuadros son ciertos, ¿cómo es posible que tan pocos británicos gobernasen durante tanto tiempo a tantos indios? Las películas mejicanas presentan a veces a los norteamericanos como arrogantes e ingenuos, igual que los británicos, o turistas ignorantes.

No hay nada genuino en las actitudes negativas de los ‘Anglos’ hacia la cultura Hispana. Es solo un ejemplo específico de lo que pienso que es un rasgo humano universal. La disonancia cognitiva es uno de los principales hallazgos de la Psicología. Todo el mundo desea justificar sus acciones y hacerlas congruentes con algún principio. Imaginemos que dos naciones combaten por un territorio, por petróleo, o por algún otro recurso (como en el Nuevo Mundo). El único modo de llegar a una solución pasa por luchar. ¿Cómo se puede justificar el hecho de matar gente, pedirles a tus soldados que se jueguen la vida, o, para el caso, arriesgar tu vida y tu salud, sin dejar claro que el enemigo es el mismo diablo?

Lo mismo vale para justificar la dominación. Si eres el dominador, el otro debe ser, al menos, incompetente, y, preferiblemente, malo. Si eres dominado, pudiera ser que el otro fuese más competente, o, también, que tuviera alguna ventaja injusta. Y si se da el caso de que tu ancestros fueron dominados, es mucho mejor imaginárselos como chicos listos que aventajaban con frecuencia a sus arrogantes y engreídos dominadores que dirigían el cotarro usando su fuerza bruta, en lugar de admitir que los dominadores eran listos y tenían buenas intenciones.

Imaginemos una película que represente a la Rusia del siglo XIX (o a la España del siglo XVI) como un lugar en el que se controla a los judíos porque se les considera más lerdos y depravados que sus gobernantes. Seguro que esa película no sería demasiado popular en Tel Aviv hoy en día. Pero sería un éxito en Damasco. Nuestras creencias sobre el mundo son consistentes con nuestras acciones.

¿Qué mantiene vivas estas visiones sobre el mundo? Powell piensa que se debe a una continuidad histórica en una serie de creencias, que va desde las mentiras sobre la inquisición española en el siglo XVII, hasta las mentiras sobre la explosión del Maine en La Habana en 1898. Yo pienso que no es así.

Es cierto que hay pocas culturas con una extensa memoria colectiva. Los serbios frente al resto de los residentes en los Balcanes, el IRA en Irlanda del Norte, y la división entre sunitas y chiitas en el Islam, son algunos ejemplos fáciles. No estoy seguro de que este no sea un caso de disonancia cognitiva; la historia se recuerda selectivamente para justificar acciones que producen recompensas en el presente. En cualquier caso, una extensa memoria histórica no es una características genuina de la cultura ‘Anglo’, y especialmente de su rama americana. Se ha dicho que la guerra entre Norteamérica y Méjico (1846-48) en la que los Estados Unidos extendieron sus territorios del sur, es la guerra que los norteamericanos nunca recuerdan y que los mejicanos nunca olvidan. Recientemente conocí a una mujer, una graduada, que pensaba que la batalla de El Álamo tuvo lugar durante la guerra civil de los Estados Unidos, ¡entre la unión y los confederados! Por tanto, ¿cómo se puede mantener una visión estereotipada si se ha roto la continuidad histórica?

Pienso que la respuesta gira alrededor de dos cosas: nuestros medios de comunicación y nuestra capacidad para aprender asociaciones implícitas (memoria no consciente).

Las películas (y la televisión) son inmediatas de un modo imposible para el texto. Volviendo a mis años mozos, leer que la heroína de ‘Capitán de Castilla’ era ‘muy bella’, no es igual a ver a la actriz Jean Peters en la película.

Hasta los años 70 del siglo pasado, el tratamiento dominante de los españoles y de los mejicanos en las películas más populares de Piratas y del Oeste fue generalmente negativo, aunque no siempre terrible. Otras culturas hispanas ni siquiera parecían existir. Las películas son un reflejo del tiempo. Échenle un vistazo a las primeras películas de James Bond y quedarán impresionados por lo que hoy en día calificaríamos sin dudar de acoso sexual, ¡incluso por parte del propio Bond! Los nativos americanos salieron peor parados. Fíjense en cómo se les caracteriza en las increíblemente populares películas de John Wayne entre 1945 y 1970. Las vívidas correspondencias entre la vista y el oído establecen asociaciones no conscientes.

La popularidad de las películas de piratas y del oeste ha decaído desde 1970, salvo en el caso de farsas como ‘Los Piratas del Caribe’ o en la social y psicológicamente inquisitiva película de Clint Eastwood ‘Sin Perdón’. Han sido sustituidas por películas bélicas en las que se explotan estereotipos sobre el sur de Asia y las culturas árabes. ¡Aquí vamos otra vez! (¿puedo señalar que la película de 2006, ‘El Laberinto del Fauno’, en la que se presenta una visión bastante poco favorable de la España de Franco, es una película mejicana?).

La cobertura de los medios de comunicación, y especialmente la ficción, como los programas de televisión, se han movido desde un imaginario Viejo Oeste hacia una representación ficticia de las guerras entre narcotraficantes. Se ofrece una visión de una Latinoamérica violenta y corrupta incapaz de gobernarse a sí misma. Cuando estuve dando un breve curso en Monterrey (Méjico) varios miembros de esa universidad me advirtieron de que evitase ir a Cali (Colombia) porque no se podía pasear por sus peligrosas calles. Los recientes horribles asesinatos (incluyendo asesinatos entre policías) en la frontera con Méjico son profusamente documentados. Estas visiones se han materializado en exitosas películas y programas de televisión, incluyendo películas producidas fuera de los Estados Unidos, como ‘Ciudad de Dios’, una maravillosa película brasileña de 2002, en la que se representa una muy peligrosa ciudad de Río de Janeiro.

¿Por qué toda esta fascinación con la violencia de nuestra sociedad? ¿Por qué no cesan de escribir los periódicos norteamericanos sobre los carteles de la droga, en lugar de hacerlo sobre las vibrantes tradiciones cinematográficas mejicanas o sobre la literatura Latinoamericana? ¿Por qué tanto de Pablo Escobar y tan poco de Isabel Allende?

Producir películas y hacer televisión es muy caro, de modo que quien invierte su dinero necesita audiencia. La violencia atrae lectores y espectadores. Un eslogan periodístico reza “si hay sangre, vende”. No quieres asustar a la audiencia. Deben sentirse seguros en sus vecindarios, pero deben saber que existen personas violentas y diabólicas a pocos kilómetros de distancia. Este no es únicamente un fenómeno norteamericano. Hace 30 años, a mi madre, que viajaba mucho, le preguntaron cómo tenía el valor de vivir en un lugar tan violento como Los Ángeles. ¡Se lo preguntaron en Belfast, en pleno auge del IRA! A mi me preguntaron en Cambridge (Inglaterra) aunque no lo hizo un académico, ¡si yo llevaba un arma para protegerme al pasear por mi campus en la Universidad de Washington en Seattle!

Ninguna persona en sus cabales forma sus ideas sobre la sociedad a partir de películas o programas de televisión. Pero, desgraciadamente, muy poca gente lee con atención los artículos serios de los periódicos. ¿Qué pasa con estos dos fenómenos psicológicos, el pensamiento y la memoria no conscientes? Si me expongo repetidamente a películas de violentos (hispanos, negros, rusos, vietnamitas, tibetanos, quien quieras) haré asociaciones no conscientes entre conceptos como Hispano-Droga. Lo mismo es cierto en Europa; no solemos llevar pistolas encima en los Estados Unidos, ¡pero no tendrás esa impresión si ves la televisión europea! Además, si intento averiguar dónde aprendí que los carteles de la droga mejicanos o rusos son ubicuos, seré incapaz de recordar que fue en los periódicos o viendo la serie ‘Ley y Orden’. La memoria no consciente es terrible.

Y, para empeorar las cosas, las emociones negativas de miedo o shock producen poderosas conexiones (no conscientes). Tristemente, las emociones positivas no provocan asociaciones tan fuertes.

Estas observaciones son descorazonadoras, pero son posibles por ser quienes somos. El Homo Sapiens moderno ha estado por estos lares desde hace 250.000 años. Nuestros ancestros han estado por aquí desde hace un millón de años…en España (Homo antecessor). Hasta hace 100 años, más o menos, conocíamos el mundo por experiencia directa. Por tanto, durante 999.900 años, el rasgo destinado a desarrollar asociaciones no conscientes automáticamente, que fuesen rápidamente accesibles, nos sirvió bien. Imaginemos un H. Antecessor que intentase deducir que debía subirse a un árbol porque se acercaba un diente de sable carnívoro, los carnívoros comen carne y él era carne. Nunca lo hubiese logrado y no estaríamos aquí. Su primo se habría subido al árbol automáticamente, pensando después en su acción, habría sobrevivido y aquí estamos.

PERO, alrededor de 1.900 comenzamos a desarrollar tecnología que permitía presentar un mundo ficticio y establecer asociaciones no conscientes. Aquí comenzaron los problemas, porque el diente de sable ya no era un enemigo. El enemigo somos nosotros.

¿Puedo regresar a Powell? Claro que si. Aquí está lo que pienso.

Está en lo correcto al declarar que los europeos del norte desarrollaron ficciones sobre los españoles y los latinoamericanos que les representaban como el hombre del saco. Toda sociedad en conflicto hace lo mismo, cualquiera que sea el enemigo.

Se equivoca cuando dice que existe una continuidad histórica en estas imágenes negativas. Hace tiempo que se olvidaron.

El problema actual es más pernicioso. Hemos desarrollado una tecnología que es fantástica para consolidar poderosos estereotipos no conscientes. Esto es nuevo. Por desgracia, también hemos creado una sociedad en la que quienes controlan los medios de comunicación son recompensados por contar historias (y que sean reales o ficticias es irrelevante) que, como efecto colateral, desarrollarán estereotipos negativos no conscientes. Ni por un momento pienso que este sea un problema norteamericano, europeo, anglo o hispano. Los principios se aplican en Pakistán, África, Indonesia, etc. Y se debe al hecho de que somos humanos.

Ya es suficiente.

Earl B. Hunt
Profesor Emérito
University of Washington
Seattle, Washington  USA

ehunt@u.washington.edu

3 comentarios:

  1. Dedicaré 30 años al estudio y después comentaré este post. De momento prefiero abstenerme.

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  2. De agradecer el esfuerzo y la extensión del texto, aunque posiblemente demasiado largo para lo que realmente cuenta. La xenofobia, la dialéctica amigos-enemigos, la contraposición ellos-nosotros..., son una constante en la historia de la humanidad. Muy nociva, además. En ese sentido no vale recurrir a esa constante para explicar un problema específico. En este caso, hay que inetnar explorar con más precisión lo ocurrido. Personalmente creo que España, o la Monarquía Hispánica si hablamos de los siglos XVI y XVII, ha sufrido una variante de esa constante especialmente virulenta e injusta. Y eso es lo que hay que explicar, pues es algo un poco excepcional (aunque no estoy del todo seguro) y además ha calado en eso que se llama el pesimismo español o ha provocado una interiorización por muchos españoles de cierto complejo de inferioridad. Es en ese sentido bastante interesante el libro de Carmen Iglesias, No siempre lo peor es cierto.

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  3. Estoy completamente de acuerdo contigo Félix. Me parece bastante discutible la estrategia de criticar a un autor que analiza un caso concreto recurriendo a argumentos sobre la 'maldad' de la humanidad. De hecho, el lunes publicaré mi comentario de réplica a este artículo. Saludos, Roberto

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