lunes, 17 de febrero de 2014

Sex, sex, sex, and aaalways sex

Sex, sex, sex, and aaalways sex”. Eso le espetaba Terry Jones a Graham Chapman en ‘The Life of Brian’ al pillarle in fraganti retozando con la revolucionaria Judith. Pero no hablaremos hoy de la importancia del sexo en nuestra sociedad. Mejor dicho, casi no hablaremos de eso.

Se publica en ‘Neuroscience and Biobehavioral Reviews’ un meta-análisis en el que se explora las diferencias de sexo en estructura cerebral.

Ruigrok, A.N.V., et al., A meta-analysis of sex differences in human brain structure. Neurosci. Biobehav. Rev. (2014), http://dx.doi.org/10.1016/j.neubiorev.2013.12.004

Los mass-media se hicieron rápidamente eco de ese artículo. Pero, ¿qué hay de interesante en los resultados?

El análisis se ‘justifica’ porque la prevalencia, la edad a la que se disparan y la sintomatología de los trastornos neuropsiquiátricos varía según el sexo. ¿Tiene algo que ver las diferencias que separan a varones y mujeres en estructura cerebral?

Los resultados del meta-análisis son dos. Primero, globalmente los varones presentan un mayor volumen cerebral que las mujeres. La diferencia es, en promedio, del 10%. Segundo, regionalmente se observan algunas diferencias favorables a los varones (por ejemplo, en la amígdala, el hipocampo, el precuneo, el putamen o el cerebelo) y otras en las que las mujeres presentan valores mayores (por ejemplo, en determinadas zonas del frontal, del parietal, de la ínsula o del tálamo). En la siguiente figura se visualizan esas diferencias de volumen (azul a favor de los varones y rojo a favor de las mujeres).


Los autores consideran artículos publicados entre 1990 y 2012. A partir de más de cinco mil artículos potencialmente interesantes se seleccionan 126 en los que se informa del volumen cerebral global de individuos sanos y 16 en los que se valoran diferencias regionales. Naturalmente, las diferencias entre estudios son abisales, hecho que complica bastante el trabajo de los autores.

El estudio es esencialmente descriptivo y a partir de los resultados se especula sobre la relevancia potencial de las diferencias de sexo observadas. Así, por ejemplo, comentan los autores que las regiones en las que se aprecian diferencias son similares a las que se encuentran en personas sanas durante los procesos asociados al desarrollo durante el ciclo vital. También en individuos que presentan trastornos neuro-psiquiátricos como el autismo, la depresión o el ADHD.

Los cambios con la edad parecen importantes, pero el meta-análisis no pudo trabajar con esta variable debido a la heterogeneidad de los estudios considerados. Tampoco es informativo este trabajo sobre el posible efecto en el funcionamiento cerebral de varones y mujeres de las diferencias de estructura cerebral detectadas, o sobre eventuales influencias en variables de corte psicológico y conductual: “no predictions as to how structure may influence physiology or behavior are posible from these meta-analyses”.

Por otro lado, los autores reconocen varias limitaciones: a) los cálculos de volumen global no están corregidos por el tamaño corporal (peso y altura), b) no se pueden sacar conclusiones sobre diferencias en distintas edades, c) no está claro si una buena parte de los estudios considerados incluyen estructuras como el cerebelo, d) puede darse un notable ruido estadístico derivado de los cálculos de volumetría hechos en cada estudio, muy difíciles de detectar en el meta-análisis.

Aún así, esta investigación puede ayudar a que los científicos tomen conciencia sobre la necesidad de estandarizar el diseño de los estudios y la estrategia más eficiente para analizar las imágenes obtenidas en el escáner. Personalmente me cuesta ser optimista a este respecto porque quienes financian la investigación siguen sin creerse que estudiar poblaciones sin trastornos es tan o más importante que considerar individuos con trastornos. Las diferencias individuales en estructura cerebral son extraordinarias y pienso que es absurdo suponer que existe una diferencia categorial entre quienes presentan o no un determinado trastorno.

Seguramente deberíamos aceptar la naturaleza dimensional de esas variaciones estructurales y actuar en consecuencia. Igual que sucede desde hace años en el campo del diagnóstico psicológico (aunque no todos terminen de enterarse), debería asumirse que hay notables diferencias individuales en la susceptibilidad a los trastornos.


Finalmente, tras el análisis de este artículo se me escapa un problema que me parece crucial. Los cálculos e imágenes expresan la diferencia promedio entre varones y mujeres, pero no se subraya un hecho que estoy seguro puede verse en los datos considerados: debe existir un solapamiento muy sustancial entre las distribuciones de valores correspondientes a ellos y a ellas.


Si es así, y es casi una certeza, entonces las predicciones sobre la relevancia de considerar las diferencias de sexo en estructura cerebral para comprender determinados trastornos cambiaría hacia la importancia de considerar la estructura cerebral de individuos más o menos susceptibles independientemente de su sexo.

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