miércoles, 3 de septiembre de 2014

‘The Bell Curve’ 20 años después

Este verano hice un hueco en mi lista de lectura para volver a gozar de esta magnífica obra magna del psicólogo Richard Herrnstein y del sociólogo Charles Murray. En su momento escribí positivamente sobre ella en mi libro ‘Orígenes de la diversidad humana’ (Pirámide, 1996, 1997) y fui castigado por alguna asociación y determinados medios aquí en nuestro país. Fue una desagradable experiencia, pero las cosas son como son (por ahora).

20 años después aprecio aún más su exquisita calidad y su nivel de compromiso. También se me sigue escapando por qué produjeron tanto revuelo las ideas sobre lo que los autores consideraban que eran las implicaciones de su tesis esencial, es decir, que no se podía seguir ignorando las diferencias de inteligencia que separan a los ciudadanos:

Durante los treinta últimos años el concepto de inteligencia ha sido un paria en el mundo de las ideas”.

Si tuviera que hacer una hipótesis me decantaría porque lo que ellos denominaron, con buen criterio, élite cognitiva, se sintió agredida y desplegó su artillería para desacreditar la obra y a sus autores. Una parte de los medios, y no pocos académicos, se lanzaron como hienas a devorar las entrañas de una presa inventada por su propia imaginación, una presa que en nada se parecía a la realidad de lo que H & M sostuvieron (una persona de paja, para entendernos).

Dedicaré una serie de post a regodearme en sus contenidos porque considero que es apropiado un más que merecido homenaje dos décadas después de su publicación. La obra se divide en cuatro partes y, por tanto, será ese, más o menos, el número de post que verán la luz consecutivamente siguiendo ese mismo orden.

La primera parte explora el problema del surgimiento de una élite cognitiva, tanto en el mundo de la educación como en el laboral. La sociedad moderna identifica a los jóvenes más brillantes y les orienta hacia guetos educativos y laborales. Esos guetos son cada vez más poderosos económicamente e influyentes socialmente, dando lugar a una élite cognitiva que se aísla del resto de la sociedad. La tecnología ha acelerado el proceso y ha subrayado con un grueso trazo la relevancia de la inteligencia.

La segunda parte se dedica a revisar la relación entre las clases cognitivas (el equivalente a las clases sociales, pero según la variable inteligencia –o capacidad cognitiva) y conductas sociales tales como la pobreza, la escolarización, el desempleo, la familia, la delincuencia o la ciudadanía. Usando una extensa base de datos representativa de la población norteamericana, los autores muestran que existen sustanciales diferencias en las conductas sociales que separan a grupos sociales que presentan diferencias intelectuales. Estos análisis se centran en los norteamericanos de origen europeo.

La tercera parte considera el problema de las diferencias entre los principales grupos étnicos norteamericanos, especialmente los afroamericanos y los que denominaremos euroamericanos. El capítulo 13 (mal número, bromeaba recientemente Murray en un acto de recuerdo a la obra) discute la evidencia disponible sobre las diferencias étnicas de inteligencia y sobre sus (supuestos) contenidos se centraron buena parte de las críticas. Los autores invitan a sus lectores a “leer cuidadosamente”, pero los hechos demostraron que casi nadie les hizo demasiado caso.

La parte cuarta es un auténtica joya (“Living Together”). Se exploran los datos conocidos sobre los intentos de aumentar la inteligencia, así como los programas de acción positiva (affirmative action) en la educación y en el trabajo. Los dos últimos capítulos (‘The Way We Are Headed’ y ‘A Place for Everyone’) son simplemente magistrales. Subrayan hasta la saciedad que en la sociedad en la que ellos viven se han abandonado los “viejos principios de la igualdad individual ante la ley y se han adoptado políticas que tratan a la gente como miembros de grupos”, práctica de la que estos intelectuales (y quien esto escribe) abominan.

El grueso de la obra termina en la página 552, pero siguen otras 300 páginas de apéndices, notas y referencias bibliográficas. Esas más de 800 páginas están destinadas a narrar una sencilla historia:

Los Estados Unidos de América han trabajado duro para alcanzar la igualdad de derechos, pero al aproximarse a ese ideal se han producido extraños fenómenos en dos pequeños segmentos de la población.

En uno de esos segmentos (la élite cognitiva), la vida ha mejorado, pero en el otro (los desclasados) ha empeorado dramáticamente. Ese hecho se ha intentado comprender recurriendo a la economía, la demografía o la cultura, proponiendo soluciones basadas en una mejor educación, en más y mejores trabajos, o en intervenciones sociales concretas. Pero

se ha ignorado un elemento que subyace a esos cambios: la inteligencia humana –el modo en el que varía en la población y su rol crucial en nuestros destinos  en la segunda parte del siglo XX
(…) ¿Qué se puede lograr al comprender la relación de la inteligencia con la estructura social y la política pública?
Poco se podrá hacer sin comprenderla”.

Los autores decidieron escribir esta obra en el mes de noviembre de 1989 y desde la primavera del siguiente año se dedicaron de lleno a trabajar en sus contenidos en continua colaboración: “la autoría sigue el orden alfabético; el trabajo fue simbiótico”. El fallecimiento de Herrnstein dejó a Murray la dura tarea de defender su obra de los ataques provenientes de múltiples frentes.


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