miércoles, 10 de septiembre de 2014

The Bell Curve, Parte III: El Contexto Nacional

En los cuatro capítulos de esta parte tercera los autores se adentran en el escabroso mundo de las diferencias étnicas (según cómo se clasifican a sí mismos los propios individuos, dicho sea de paso), de los patrones diferenciales de fertilidad en la población y de los desclasados/underclass (el lado opuesto a la élite cognitiva dentro de la Bell Curve). Desde el principio procuran curarse en salud recordando el hecho de que las diferencias que separan a los individuos son mucho mayores que la diferencia promedio que separa a los grupos. Algo que se olvida con una facilidad escalofriante.

La evidencia derivada de las docenas de estudios publicados llevan a concluir que existe una distancia promedio en la variable inteligencia entre los principales grupos étnicos de los Estados Unidos. Los de origen asiático puntúan más que los euroamericanos, estos más que los latinos y en la parte baja de la escala se encuentran los afroamericanos. Por ejemplo, la persona media del grupo de euroamericanos obtiene mejores puntuaciones de CI que el 84% de los afroamericanos, y, por tanto, la persona media de este segundo grupo obtiene mejores puntuaciones de CI que el 16% de los primeros.


Los autores contestan a la pregunta sobre si las diferencias de grupo en inteligencia son un fenómeno genuino o pueden atribuirse a determinados sesgos de la medida o a las diferencias de SES que separan a los grupos. La conclusión es que las diferencias son reales, así que se preguntan si pudieran ser debidas tanto al efecto de los genes como del ambiente:

Pensamos en no meternos en ese jardín aventurando que sería inútil hablar sobre esa pregunta tan escandalosa, dolorosa y lejos de ser resuelta por ahora”.

Pero se adentraron en ese territorio porque

el supuesto de la igualdad genética entre razas posee consecuencias prácticas que exigen averiguar qué hay de cierto
(…) los tabús alimentan no solamente la ignorancia, sino la desinformación”.


En la persecución de respuestas a esa pregunta revisan la hipótesis de Spearman, el efecto Flynn o el inquietante estudio de adopción trans-racial dirigido por Sandra Scarr:

Si el lector está ahora convencido de que ha ganado la explicación genética o la ambiental, entonces no hemos hecho un buen trabajo presentando ambas alternativas.
Para nosotros es altamente probable que ambos factores tengan algo que decir.
¿En qué medida?
Somos resueltamente agnósticos.
Hasta donde podemos determinar, la evidencia disponible todavía no permite justificar una estimación”.

Es decir, que H & M suscriben una postura intermedia y moderada. Ambos factores pueden contribuir potencialmente. Es un enigma cómo los comentaristas de su obra llegaron a la conclusión de que los autores eran unos reaccionarios radicales con una agenda política oculta.


Cierran este tristemente destacable capítulo trece subrayando que la respuesta a esa pregunta es, en realidad, irrelevante para sus objetivos:

Las diferencias étnicas seguirán siendo diferencias en medias y distribuciones, es decir, inútiles a efectos prácticos al considerar individuos concretos
(…) somos incapaces de encontrar argumento legítimo alguno para que la relación entre los individuos concretos de los distintos grupos deba verse influida por el hecho de que una diferencia étnica promedio en la variable inteligencia sea efecto de los genes o del ambiente
(…) el supuesto de que las causas ambientales son menos amenazantes que las genéticas es comprensible, pero también falso”.

Los autores invitan a admitir con naturalidad los hechos conocidos porque consideran probable que los mismos que los han negado hasta ahora tajantemente, puedan cambiar radicalmente de opinión hacia una versión completamente opuesta (el conocido fenómeno del efecto pendular):

Es posible plantarle cara a los hechos sobre las diferencias étnicas de inteligencia sin tener que salir gritando de la habitación: este es el mensaje esencial”.

Las reacciones a este capítulo en los medios de comunicación, y entre un buen puñado de académicos, demostraron que esa posibilidad era inviable en aquel entonces. Seguramente sigue siendo así en la actualidad.


En el siguiente capítulo presentan evidencias que permiten concluir que cuando se iguala el CI de los distintos grupos étnicos, sus diferencias sociales se atenúan. De hecho, los afroamericanos están sobre-representados en las ocupaciones de mayor prestigio (medicina, ingeniería o enseñanza):

El papel de la capacidad cognitiva ha sido ignorado en el pasado. Considerarlo en el futuro puede ayudar a clarificar y a prestar atención a los factores que contribuyen a las desigualdades sociales más inquietantes
(…) el mercado laboral premia a los afro y euroamericanos con una capacidad cognitiva equivalente en casi todas las categorías laborales”.

Sin embargo, para determinadas conductas sociales la situación es más compleja. Es el caso de la ilegitimidad o la familia, donde el CI no es demasiado relevante para los afroamericanos:

Las diferencias étnicas cobran una nueva perspectiva cuando se considera la capacidad cognitiva.
Tomar conciencia de estas relaciones es un necesario primer paso para construir un país equitativo”.

El capítulo 15 explora la demografía de la inteligencia, es decir, cómo las tendencias hacia la disgenesia (la reproducción más numerosa de los individuos menos inteligentes de la población) o la inmigración (“la mitad de la población mundial que emigra a otro país elige Norteamérica”) pueden influir en el nivel intelectual promedio del país:

Si unimos la piezas (…) llegamos a la conclusión de que deberíamos preocuparnos por el capital cognitivo del país
(…) una pérdida promedio de 3 puntos de CI reducirá en un 31% la proporción de individuos con un CI mayor de 120 y en un 42% los de CI mayor de 135. A su vez, aumentará en un 41% el número de personas con un CI por debajo de 80”.


Usando los datos del NLSY, los autores simulan qué sucedería con un aumento promedio de 3 puntos de CI (es decir, de 100 a 103): el nivel de pobreza y de jóvenes entrevistados en la cárcel bajaría en un 25%, el abandono escolar se reduciría en un 28%, la ilegitimidad bajaría en un 20% y la dependencia del estado se reduciría en un 18%. Y son solamente algunos ejemplos de los efectos positivos de un levísimo aumento del CI promedio de la población.

El capítulo final de esta tercera parte se pregunta en qué medida la baja capacidad cognitiva describe a los ciudadanos más afectados por las problemáticas sociales revisadas en la segunda parte:

Un colesterol alto puede ser un factor de riesgo para los trastornos coronarios, pero la mayor parte de la gente que presenta esos trastornos puede o no tener el colesterol alto.
Si la mayor parte de la gente que tiene ataques al corazón no tiene el colesterol alto, entonces bajar el colesterol en los individuos con niveles altos no reducirá visiblemente la frecuencia de ataques al corazón en la población general.
Del mismo modo, si una baja capacidad cognitiva es prevalente en la gente que presenta los problemas que esperamos resolver, deberemos buscar políticas dirigidas a las personas con bajas puntuaciones”.

¿Cuáles son los resultados?

1.- El 80% de quienes viven por debajo del nivel oficial de pobreza pertenece a las clases IV y V.
2.- El 94% de los que abandonan la escuela presenta un CI por debajo de la media.
3.- El empleo se asocia débilmente con el CI, el desempleo temporal también, pero el desempleo crónico se asocia significativamente al CI.
4.- El 82% de los hogares monoparentales se concentran en las clases cognitivas más bajas.
5.- El CI medio de las madres de los hogares con peor calidad ambiental es de 86.
6.- El 94% de los niños menos inteligentes tienen madres con CIs por debajo de la media de 100.


A la vista del desolador panorama los autores intentan cerrar el capítulo de un modo algo más optimista:

La mayor parte de la gente situada en la parte baja de la distribución cognitiva tiene un empleo, vive por encima del nivel oficial de pobreza, no es dependiente del estado, está casada cuando tiene niños, proporciona un ambiente razonable a sus niños, y obedece la ley”.

Eso no quiere decir, no obstante, que sea incorrecta la conclusión de que una alta proporción de quienes presentan los problemas y conductas que dominan la agencia social y política posean una limitada capacidad cognitiva:

Cuando el país pretende reducir el desempleo o el número de delitos, o promover que las madres dependientes consigan un trabajo, deberían valorarse las soluciones según su efectividad para la gente que con mayor probabilidad presentará esos problemas: los menos inteligentes”.

Las soluciones que H & M consideran viables (y legítimas) constituyen, en parte, el objetivo de la última parte de su obra.


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