miércoles, 10 de diciembre de 2014

Videojuegos de acción y capacidades cognitivas

Mientras algunos discuten sobre si merece la pena jugar para estimular nuestras habilidades cognitivas (o mentales), o sobre si las compañías que ofrecen juegos a través de internet se apoyan en una sólida evidencia, la investigación sigue adelante.

El equipo de Daphne Bavelier publica un artículo en PNAS en el que se informa de que quienes usan videojuegos de acción presentan una mejor capacidad perceptiva que aquellos que no son jugadores. Además, se confirma que existe un efecto causal: jugar es la causa de esa mejora perceptiva vinculada al aprendizaje de regularidades estadísticas presentes en el ambiente.

El resultado de la simulación matemática que el grupo de científicos calcula, señala que la mejora perceptiva deriva de cambios en los niveles de conectividad entre las áreas visuales del cerebro. Los jugadores son más eficientes que los no jugadores al resolver tareas novedosas de naturaleza perceptiva.

La investigación previa ya había indicado que los videojuegos de acción mejoran la búsqueda visual, reducen la ceguera atencional, se detectan mejor los cambios, y aumenta el número elementos de información que puede seguirse simultáneamente. Es decir, mejora el control asociado a los procesos atencionales. Jugar puede mejorar la relación señal-ruido y facilitar los procesos de exclusión de la información irrelevante (distractores) durante el procesamiento perceptivo.

El artículo que se está comentado se centra en dilucidar cuáles de estos dos últimos mecanismos puede ser la explicación más probable. En concreto, se pretende averiguar si la mejora en el rendimiento obedece a (1) una reducción del ruido interno (aumentando la ganancia de los outputs en los canales que codifican la información relevante para la señal de interés) o bien a (2) una eliminación más sistemática del procesamiento ineficiente mediante el uso de patrones perceptivos mejor ajustados a la tarea que debe completarse.

Ambas posibilidades se contrastan “determinando la fuerza de señal necesaria para realizar una tarea de identificación ante distintos niveles de ruido en una imagen (ruido externo)”. El modelo de patrón perceptivo (PTM) permite distinguir entre la reducción de ese ruido externo y el desarrollo de mejores patrones perceptivos para distintos niveles de ruido. En el primer caso se predice un mejor rendimiento a bajos niveles de ruido externo, pero no a altos niveles de ruido externo. En el segundo caso se predice una mejora general del rendimiento a todos los niveles de ruido externo.

Los resultados son consistentes con la segunda predicción. Los videojuegos de acción estimulan la capacidad para aprender nuevos patrones perceptivos, es decir, un mecanismo cognitivo (o mental) relativamente general. La evidencia favorable a esa predicción se acumula a través de tres experimentos, y, también, usando el modelo de simulación comentado anteriormente.


El modelo explicativo se basa en el supuesto funcionamiento del sistema nervioso. Ese sistema representa distribuciones de probabilidad con respecto a las variables relevantes de la tarea. Ese proceso ocurre inicialmente según la evidencia recogida por los órganos de los sentidos. La práctica con los videojuegos de acción mejora la calidad de la señal sin reducir el ruido interno.

Cuando los jugadores se enfrentan a una tarea perceptiva novedosa por primera vez, no son mejores que los no jugadores. Sin embargo, aprenden más rápidamente cómo resolverla con mayor eficiencia: “la capacidad para aprender con mayor rapidez cuál es la estadística más relevante para la tarea, permite a los jugadores inferir mejor el modelo generativo apropiado respecto de las variables relevantes para la tarea que debe completarse, aumentando así la sensibilidad y la fiabilidad perceptiva”.

Ese mecanismo general puede contribuir a explicar los beneficios conductuales observados después de practicar con videojuegos de acción: “aprenden rápidamente sobre la marcha las características diagnósticas de la tarea a resolver para alcanzar eficientemente un rendimiento óptimo”.

Los resultados de esta interesante investigación me trae a la mente la tesis que mi equipo (entre otros) ha defendido (sin demasiado éxito) sobre por qué la memoria a corto plazo permite explicar la alta relación observada entre la memoria operativa (working memory) y la capacidad intelectual: los individuos más inteligentes son quienes preservan una representación on-line más fiable de la información relevante para resolver una determinada tarea. El fracaso al resolverla podría atribuirse a la pérdida de la información necesaria, a una degradación, y, por tanto, a una menor capacidad.



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