lunes, 26 de enero de 2015

Neuro-Diversidad, Neuro-Marcadores y Neuro-Predicción

A raíz de un artículo publicado en el diario El País por Javier Sampedro, algunas personas humanas tuvimos un intercambio en Twitter sobre la posibilidad de usar los conocimientos actuales para predecir la conducta, usando marcadores neurológicos valorados con técnicas de neuroimagen.

El origen de la nota de Sampedro está en un artículo del grupo de John Gabrieli, del MIT. Aunque discutí en este mismo foro algún estudio sobre neuro-predicción y mi nivel de excitación no fue particularmente elevado…



…confieso que me picó la curiosidad por saber lo que Gabrieli proponía en su artículo de revisión.

Así que le pedí una e-copia, que amablemente me envió a vuelta de correo, y me puse manos a la obra.

Desde el mismo resumen uno se pone en guardia al leer que los neuro-marcadores permiten, en la actualidad, mejores predicciones que las medidas conductuales tradicionales.

Como es natural, la revisión de trabajos previos se basa en el hecho de la neuro-diversidad:

Revisamos los progresos en una novedosa aplicación de la neuroimagen consistente en la medida de la neuro-diversidad para predecir la futura conducta humana”.

Los autores aprovechan para recordar que los profesionales apenas consideran estos avances. Ejemplo paradigmático es la reciente versión del DSM (5) en la que se aprecia un manifiesto desprecio por los miles de estudios publicados sobre trastornos psiquiátricos en los que se han usado técnicas de neuroimagen.

El problema básico de este artículo es que apenas existen estudios en los que se hayan intentado predicciones individualizadas:

El único modo de que los neuro-marcadores sean útiles en la práctica supone predecir resultados sobre nuevos individuos basándose en modelos desarrollados previamente con otros individuos”.

De los 72 estudios revisados, solamente uno se ajusta a este exigente criterio.

Los autores comentan que existen distintos modos de hacer predicción. Algunos ejemplos son la regresión (en sus distintas versiones) y las SVM (supporting vector machines). Nosotros hemos usado SVM y la cosa es particularmente farragosa y bastante menos eficiente de lo que los matemáticos dan a entender sobre la pantalla.

Los estudios revisados son muy heterogéneos, desde los problemas de lectura hasta la delincuencia, pasando por el alcoholismo, el uso de sustancias, la obesidad y una serie de trastornos psiquiátricos. Es sobre estos últimos sobre los que se desarrollan algunas ideas que suenan bastante bien, como la posibilidad de averiguar causas potenciales del impacto diferencial de los tratamientos, sean conductuales o farmacológicos:

La variabilidad en la respuesta al tratamiento, que todavía no se comprende y que no es una simple consecuencia de la severidad del trastorno, sugiere que existen importantes diferencias neurobiológicas entre los pacientes que comparten un diagnóstico”.

Las medidas cerebrales podrían ayudar a encontrar respuestas.

Los autores reconocen las actuales limitaciones: (a) suelen usarse muestras reducidas y los análisis estadísticos son débiles, (b) la mayor parte de las investigaciones relacionan medidas en la ‘baseline’ con algún criterio educativo o clínico, pero no existen apenas estudios verdaderamente predictivos (como los de las SVM), y mucho menos individuales, (c) no se suelen combinar distintos neuro-marcadores. Además, admiten que no puede descartarse que las evaluaciones conductuales que puedan desarrollarse en un futuro superen a los neuro-marcadores que puedan detectarse a medida que la investigación mejore:

Una nueva generación de medidas conductuales podría servirse de los insights novedosos que provengan de la neuroimagen”.


Un aspecto que merece la pena comentar es el de la acusación usual de que una MRI es cara, económicamente hablando. Gabrieli señala, correctamente, que a menudo la evaluación neuropsicológica de un individuo es realmente más cara que una MRI. Además, conviene considerar que si la información que se obtiene con una MRI es realmente útil, entonces se reducen los costes de las intervenciones y, por tanto, se ahorran recursos.

La respuesta a la pregunta del titular del artículo de Sampedro (La neurociencia ya puede predecir el comportamiento. Pero ¿debe hacerlo?) cae por su peso. Naturalmente que debe hacerlo, si puede. Por ahora puede débilmente, pero nada parece indicar que no vaya a mejorar. Eso si, tengo serias reservas sobre la predicción individual. El cerebro es complejo y dinámico, aunque el hecho de que sea más elástico que plástico constituye una ventaja para la ciencia.

En cualquier caso, pienso que no merece la pena agonizar debatiendo sobre si se debe avanzar en nuestro estado actual de conocimiento. Es agotador e inhibidor. Conservemos las fuerzas necesarias para aprender algo nuevo.


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