La
editorial Funambulista (Madrid)
publica ahora, casi diez años después de su edición inglesa, esta excelente obra
de J. R. Harris. En su momento la autora me regaló, amablemente, un ejemplar.
Le pregunté si habría traducción al español (como sucedió con ‘The Nurture Assumption’ –El Mito de la Educación) y me comentó que su editor no tenía planes al respecto. Me alegra saber que cambió de opinión. Más vale tarde que nunca.
Le pregunté si habría traducción al español (como sucedió con ‘The Nurture Assumption’ –El Mito de la Educación) y me comentó que su editor no tenía planes al respecto. Me alegra saber que cambió de opinión. Más vale tarde que nunca.
Volcaré hoy en este blog la
reseña que hice en aquel entonces.
Espero que encuentren interesante su contenido.
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No
Two Alike, el libro recientemente publicado por J. R. Harris, es una intrigante
presentación de una elegante teoría sobre los factores no-genéticos que
pudieran ejercer un efecto a largo plazo sobre las diferencias de personalidad.
Intrigante, entre otras muchas cosas, porque la autora adopta un papel similar
al famoso personaje de Agatha Christie
(Miss Marple). Un papel que se revela
especialmente apropiado porque, igual que sucede con las novelas de la
escritora británica, resulta difícil dejar de leer una vez se ha comenzado a
devorar el ensayo de la escritora (y psicóloga) de New Jersey.
Comienza Harris
con la famosa frase de Sherlock Holmes:
“Cuando has
descartado lo imposible, lo que queda, aunque improbable, debe ser la verdad”.
La autora asume
que la gente tiene una personalidad, que esa personalidad varía de un individuo
a otro, que la conducta es un indicador de esa personalidad, y que, en nuestro
pasado como especie, resultó útil averiguar cuál era la personalidad de los
demás porque, hasta cierto punto, la gente es consistente. Merecía la pena
obtener esa información para saber qué esperar de un individuo en el futuro. En
sus propias palabras
“Mi objetivo en este
libro es mostrar cómo las cosas que todos compartimos puede hacernos
diferentes.
La naturaleza humana puede producir las diferencias humanas”
(p. 26).
Casi la
mitad del libro está destinado a descartar pistas falsas.
La primera
es que las diferencias de personalidad son creadas por el ambiente, mientras
que la segunda es que esas diferencias resultan de una combinación de genes (nature) y crianza (nurture). Son ambas pistas falsas porque el sospechoso que busca la
detective acentúa las diferencias entre gemelos idénticos criados juntos, del
mismo modo y en el mismo grado, que acentúa las diferencias entre hermanos
estándar. Produce diferencias no-genéticas entre dos personas criadas juntas
tan grandes como las diferencias que separan a dos personas tomadas al azar de
la población.
La
semejanza genética es responsable de que los gemelos idénticos se parezcan más
en su personalidad que los gemelos fraternos, y de que los hermanos estándar
sean más parecidos que los hermanos adoptivos. Se puede suponer que la
semejanza ambiental posee un efecto similar, pero no es así: los gemelos
criados juntos no son más semejantes en su personalidad que los criados por
separado, y los hermanos adoptivos criados en la misma familia se parecen tanto
como dos personas desconocidas (es decir, nada).
Admite
Harris que la suerte o los sucesos biológicos aleatorios pueden ser sospechosos
razonables. Sin embargo
“atributos costosos,
como la capacidad de ser modificado por la experiencia, no serian seleccionados
[en términos evolucionistas] si las modificaciones dependiesen del azar, porque
las modificaciones aleatorias tendrían efectos aleatorios en las posibilidades
del individuo de sobrevivir y reproducirse
(…) mi hipótesis es que la evolución ha hecho plástica a la
personalidad para que los niños puedan beneficiarse de la experiencia –para
poder aprender modos de comportarse que les resulten útiles en la edad adulta
(…) el azar es la explicación, o la excusa, a la que apela un
científico cuando todo lo demás falla” (p.
48-9).
La tercera
pista falsa reside en la interacción genes-ambiente (ni los genes, ni el
ambiente, como factores principales, son relevantes, sino que la clave es la
interacción entre ambos). Algunos psicólogos del desarrollo han comenzando a declarar
recientemente que los efectos de la crianza dependen de las predisposiciones
del niño. Si un determinado estilo de crianza posee un efecto diferente según
las predisposiciones del niño, entonces la crianza puede contribuir a
diferenciar a los niños de una misma familia. Sin embargo, ¿por qué son
entonces diferentes individuos genéticamente idénticos criados en el mismo
hogar? Aunque poseen las mismas disposiciones (idéntico genotipo) por lo que
deberían reaccionar igual a las mismas condiciones, resulta que cuando se
controla el efecto de los genes, las diferencias que separan a los gemelos son
tan grandes como las diferencias que separan a los hermanos estándar.
La cuarta
pista falsa reside en las diferencias ambientales presentes dentro de cada
familia. Harris se sirve del caso del famoso libro de Frank Sulloway (Nacido
Rebelde) para despachar esta pista. En ese proceso, el lector descubre las oceánicas
mentiras impresas en ese libro y el desesperado intento de Sulloway por esconderlas
debajo de la alfombra. Verdaderamente merece la pena conocer esa historia,
hábilmente narrada por nuestra detective. No hay nada en el ambiente familiar,
como el orden de nacimiento de los niños de una misma familia, que haga que los
hermanos se diferencien. En contra de lo que sostuvo Sulloway, el segundogénito
no es más rebelde que el primogénito porque deba competir por los recursos (de
sus padres), y, todavía peor, no exporta esa supuesta rebeldía al mundo
exterior. Los hermanos adoptivos no se parecen en su personalidad y tampoco se
observa que sean más diferentes que dos personas tomadas al azar de la
población. Los hermanos biológicos se parecen lo mismo hayan crecido o no en el
mismo hogar.
La quinta y
última pista falsa es la correlación genes-ambiente: un niño con talento
musical es matriculado en una academia por sus padres, escucha cuantos programas
musicales de radio le es posible y juega con la guitarra de su hermano aunque
este se lo haya prohibido. Una niña guapa y encantadora recibe una atención
especial de sus padres y profesores. Sin embargo, este efecto contribuirá a la
influencia que se atribuye a los genes, por lo que no puede ser el criminal que
la detective persigue.
Una vez descartadas
las pistas falsas, todavía restan 150 páginas para exponer y regodearse en las
pistas que llevarán hasta el asesino (o asesinos).
Pero antes
se revisa un tema clásico en Psicología: el debate persona-situación.
Harris
sostiene que hay consistencia en la conducta, pero es relativa: la gente adapta
sus conductas a las distintas situaciones. Pero destaca que la consistencia a
través de las situaciones se debe a los genes. Lo mismo reza para la
estabilidad durante el ciclo vital. Se pregunta:
¿por qué no
hay más consistencia si los genes dan cuenta de un 45% de las diferencias de
personalidad?
Encontrar
una respuesta exige zambullirse en la nueva teoría.
La
detective suscribe una concepción modular de la mente humana, puesta en boga
por psicólogos evolucionistas como Steven
Pinker, Leda Cosmides o John Tooby.
Los módulos
(p.e. el módulo para el lenguaje) responden selectivamente a los estímulos y
entre ellos están los módulos de carácter social destinados a leer la mente de
los otros. El desarrollo social exige aprender a (a) gestionar las relaciones
personales, (b) socializarse y (c) superar a los rivales. Por tanto, en primer
lugar, saber de quién hacerse amigo, con quién negociar o con quién
emparejarse, requiere aprender a evaluar a la gente. Y evaluar a la gente exige
recoger información sobre ella, considerando a cada individuo por separado
(Juan tiene su propio archivo en mi cerebro y ese archivo es claramente
distinto al de Julia o Sergio). En segundo lugar, socializarse supone hacerse
con la cultura, saber adaptarse a ella. Finalmente, para poder tener éxito en
la vida adulta, altamente competitiva, los niños deben desarrollar una
estrategia a largo plazo ajustada a sus propias virtudes y defectos. La
presencia de estas tres tareas produjo el desarrollo de los correspondientes
módulos durante la evolución de la humanidad. Estos módulos u órganos de la
mente son una parte de la naturaleza humana:
“cada cerebro humano
normal viene equipado con ellos, igual que cada cuerpo humano normal viene equipado
con brazos y piernas, pero [igual que hay diferencias en la forma y longitud de
brazos y piernas] hay diferencias individuales en los órganos mentales
(…) hay personas que son buenas en las relaciones sociales y personas
que lo son menos” (p. 199).
El sistema
de relación codifica y registra información sobre personas concretas,
mientras que el sistema de socialización combina datos y hace cálculos
estadísticos para llegar a promedios. Estos dos módulos son relativamente
independientes: la aceptación por parte del grupo y el éxito en las relaciones
de amistad son dos cosas diferentes. Sin embargo, como la detective reconoce,
determinadas cualidades personales, como el atractivo físico, la imaginación o
la inteligencia, sitúan al niño en una posición ventajosa, tanto en el terreno
de las relaciones personales como sociales.
El tercer y
último módulo se corresponde con el sistema de estatus. Poseer un alto o
bajo estatus durante la niñez tiene efectos a largo plazo sobre la
personalidad. Cualidades como la estatura, la fuerza o la habilidad atlética proporcionan
estatus dentro de los grupos de adolescentes y
disfrutar de ese estatus produce mayor seguridad en sí mismo, y hace al
individuo más dominante, más competitivo, más líder:
“Estas características
de personalidad impresionan a los empresarios y a los votantes.
En las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, el candidato
de mayor estatura suele ganar” (p. 219).
Harris
destaca que lo relevante es cómo te ven los demás, el promedio de los otros,
sencillamente porque posee más valor predictivo. Se convierte en algo
importante, por tanto, averiguar cuál es ese promedio.
El sistema
de estatus es para nuestra detective el principal, aunque no único, sospechoso,
esencialmente por tres razones.
Primero,
por cómo funciona el sistema de relación. Ambos sistemas colaboran para
producir diferencias entre gemelos idénticos. El sistema de relación permite
identificar a individuos particulares y distinguirles de los demás individuos.
Por tanto, este sistema se interesa por las diferencias, no por las semejanzas.
Segundo,
por la naturaleza del estatus. En un grupo de chicos, solamente uno puede ser
el más fuerte. En uno de chicas, solamente una puede ser la más guapa. Si uno
de esos grupos contiene gemelos idénticos, uno de ellos estará por delante en
fuerza o belleza.
Tercero,
por la naturaleza del feedback
social. El propósito del sistema de estatus es permitir a los niños averiguar
cosas sobre ellos mismos tal y como les ven los demás, para poder ajustar su
conducta social. Pero las señales pueden ser ambiguas: sucesos aleatorios
pueden tener consecuencias estables. Un suceso azaroso puede hacer que los
demás te vean como más inteligente, más divertido o más valiente durante
bastante tiempo, el suficiente para que tu estatus sea alto. Lo que puede
modificar la personalidad no es el suceso en sí, sino las experiencias
persistentes que siguen a ese suceso.
Es al
cerrar la descripción del sistema de estatus cuando a este lector le surge una
duda inquietante. Veamos por qué:
“Los motivos que el
sistema de estatus proporciona son totalmente egoístas.
Este propio interés produce la divergencia en los grupos humanos.
Al sistema de estatus le importa un comino el bienestar del grupo; se
pregunta ‘¿cómo puedo competir mejor?’
Hallar la mejor respuesta requiere auto-conocimiento, de modo que el
sistema de estatus busca ese conocimiento en las señales sociales de los otros.
Seguidamente usa esa información para trazar una estrategia a largo
plazo que supondrá una competición directa sólo en aquellos contextos en los
que el individuo cree que puede ganar, y, si es posible, evitará competir en
los demás contextos” (p. 239).
Este lector
no se puede quitar de la cabeza que las actividades descritas por la detective
en relación al sistema de estatus, requiere una notable dosis de inteligencia.
¿Quién tiene más posibilidades de incrementar la fiabilidad de ese
auto-conocimiento? ¿Quién puede discriminar mejor las señales sociales? ¿Quién
puede trazar una estrategia detallada de competición o retirada a largo plazo,
según el conocimiento de las propias virtudes y defectos? Pero si la
inteligencia está detrás del uso más o menos eficiente del sistema de estatus,
¿no sería entonces la inteligencia el verdadero agente causal de cómo se moldea
la personalidad a largo plazo?
Resuena en
mi cabeza la respuesta (posible) de la detective:
“Buen intento, pero
no” (p. 94).
Me diría
que los autistas son inteligentes, pero no son capaces de leer la mente de los
demás. Entonces, educadamente, yo le respondería (en este hipotético diálogo):
“Buen intento, pero
no, Miss Marple.
Los niños autistas son una excepción.
¿Acaso es sensato usar esa excepción para comprender el funcionamiento
del común de los mortales?”
El libro
termina con un capítulo titulado “desenlace”, tal y como es preceptivo en una
buena novela policíaca. Recuerda la autora que
“Mi objetivo ha sido
explicar las diferencias de personalidad –las pequeñas y grandes
diferencias—que no se pueden atribuir a las diferencias genéticas
(…) la naturaleza—esto es, la evolución, ha equipado a los humanos con
disposiciones que les permiten vivir en sociedad.
Estas disposiciones ayudan a que la gente se comporte apropiadamente
en contextos sociales diferentes y con distintos individuos.
La gente hace ajustes a largo plazo en su conducta para adaptarse a la
cultura, por lo que en cierto modo se hacen más semejantes.
La gente también encuentra distintas vías para competir con sus
rivales, por lo que en cierto modo se diferencia de ellos.
El resultado es que no hay dos personas con la misma personalidad.
No hay dos iguales [No Two Alike]” (p. 243-48).
Harris
reconoce en este desenlace que, aunque su teoría es contrastable, no será una
tarea fácil. Además de pensar que ella no debería hacerlo, con buenas razones
de su parte, ofrece algunos consejos sobre los factores que deberían considerar
los posibles futuros estudios empíricos (por ejemplo, sería necesario controlar
el efecto de los genes). También describe qué tipo de investigación se podría
hacer. Por ejemplo, explorar las respuestas del cerebro ante un feedback sobre la aceptación del grupo,
respecto al estatus, o sobre el éxito y fracaso en una relación personal. Si el
sistema de relación y el sistema de estatus son claramente distinguibles, si son
distintos módulos, entonces las respuestas del cerebro deben presentar una
localización diferente ante ambos tipos de señales.
En
conclusión. Harris propone una elegante teoría sobre los factores no-genéticos
que pueden explicar las diferencias de personalidad. El sistema de relación, el
sistema de socialización y el sistema de estatus constituyen órganos mentales
desarrollados durante la evolución de la humanidad con distintos objetivos,
motivaciones, emociones, conductas típicas, errores típicos, componentes
importantes, datos registrados, modos de procesar esos datos, nivel de conciencia
y periodos de desarrollo.
No hay, por
tanto, un solo culpable.
Esta
fascinante obra se hace así eco de la famosa frase de Albert Einstein:
“Haz las cosas tan
sencillas como puedas, pero no más sencillas”
Que buena noticia, aunque tarde, su lectura en castellano para la mayoria de los psicólogos, educadores, etc... "aun" es muy novedosa y necesaria !!!!...gracias la información
ResponderEliminarEn efecto Antonio, es una excelente noticia. Tanto las personas en formación como los profesionales encontrarán esta lectura particularmente estimulante.
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