viernes, 4 de septiembre de 2015

Trader Matt’s: The Rational Optimist

En un sorprendente ensayo (The Rational Optimist, 2010), el periodista científico británico Matt Ridley se entrega a la ardua tarea de insuflar ánimo a quienes han aceptado la visión pesimista sobre los humanos y el planeta que habitan. Según él, podemos y debemos mirar el lado brillante de nuestra historia y deponer la destructiva actitud de cebarnos en la (ahora menor) cara negativa:

Este libro anima a la raza humana a aceptar ese cambio, a ser un optimista racional, y, por tanto, a luchar por la mejora de la humanidad y el mundo que habita
(…) discrepo de los reaccionarios de todos los colores: de los azules porque les disgusta el cambio cultural, de los rojos porque les disgusta el cambio económico y de los verdes porque les disgusta el cambio tecnológico”.

Él es un optimista racional porque existen motivos sobrados. Ni estamos destruyendo nuestro hábitat, ni el futuro del homo sapiens sobre el planeta azul es oscuro, casi negro.

Su perspectiva se puede resumir así: los humanos dominan el planeta y han prosperado increíblemente como especie, no porque tengan un cerebro privilegiado, sepan hablar o sean muy buenos aprendiendo:

Si buscamos una explicación a nuestra extraordinaria capacidad de cambio, mirar dentro de nuestras cabezas será inútil.
No se trata de algo que suceda dentro de un cerebro, sino que emerge de la relación entre distintos cerebros.
Es un fenómeno colectivo (…) de inteligencia colectiva
(…) en algún momento de nuestra historia, la inteligencia humana se hizo colectiva y acumulativa de un modo único en el reino animal”.

Los humanos perfeccionaron el intercambio de ideas. No puede negarse que las ideas son producidas por el cerebro humano, pero hay algo más. Esas ideas deben tener ‘relaciones sexuales’:

El intercambio es a la evolución cultural lo que el sexo es a la evolución biológica”.

Ridley sostiene que la inmensa mayoría de los humanos poseen mejores condiciones de vida hoy en día que en el pasado:

Naciones Unidas ha estimado que la pobreza se ha reducido en los últimos 50 años más que en los 500 años anteriores
(…) hoy en día, se considera que de los norteamericanos que viven en el umbral de la pobreza el 99% disfruta de electricidad, agua potable en su hogar, aseos y frigoríficos, el 95% tiene televisión, el 88% tiene teléfono, el 71% tiene un vehículo y el 70% tiene aire acondicionado
(…) las cuatro necesidades humanas más básicas –comida, ropa, combustible y refugio—se han hecho más asequibles durante los dos últimos siglos”.

Fue una grata sorpresa que el autor de este ensayo usase una referencia a nuestros estudios sobre el efecto Flynn para demostrar que, en España, las ganancias generacionales de inteligencia se han observado en las zonas más bajas de la distribución poblacional: mejoraron más los peor parados.

El comercio (trade) es esencial, según Ridley, para comprender por qué han prosperado los humanos. La gente se enriquece cuando los productos se abaratan. La sociedad de consumo mejora la felicidad de la gente:

Cuanto más individualizado está un país, más ciudadanos disfrutan de su vida”.

Esa sociedad de consumo estimula la innovación, superando las destructivas economías de subsistencia:

Esta es la característica diagnóstica de la vida moderna, la verdadera definición de un alto nivel de vida: consumo variado, producción simple.
Haz una cosa, usa muchas
(…) la prosperidad se basa en pasar de la autosuficiencia a la interdependencia, transformar la familia de una unidad de producción laboral lenta y diversa en una unidad de consumo fácil, rápida y diversa asalariada gracias a una explosión de producción especializada”.

Resulta esencial comprender que la vida moderna se sostiene sobre la interdependencia comercial a nivel mundial:

El incremento en la acumulación de conocimientos por parte de especialistas que permite consumir cosas cada vez más variadas a la vez que producimos cada vez menos, es la historia central de la humanidad”.

Una historia que comienza hace 100.000 años y que el autor revisa con detalle (“Homo economicus was not an eighteenth-century Scottish invention”) para demostrar que el futuro será cada vez mejor, si mantenemos los principios básicos.

Y fue, además, un proceso bottom-up (de abajo arriba) basado en la economía. Los humanos comenzaron a intercambiar cosas (comerciar) y eso estimuló su inteligencia colectiva. La creciente división del trabajo estimulada por el comercio es un fenómeno espontáneo. Y no se trata de ‘reciprocidad’, sino de ‘trueque’ (barter). El comercio no tiene por qué regirse por la reciprocidad en la medida en que ambas partes se beneficien. Es ese trueque el motor que ha movido la evolución cultural en los humanos, según Ridley: “barter was the trick that changed the world”.

Eso si, para que la cosa funcione es necesaria una masa crítica de individuos. Por eso, sostiene el autor, las grandes ciudades (Hong Kong, Manhattan) son, actualmente, un contexto ideal para el intercambio y la innovación. Las sociedades mercantiles son proclives a desarrollar, además, una cultura de la cooperación, la justicia y el respeto por el individuo.

Una faceta psicológica fundamental para que el comercio entre extraños pueda funcionar es la ‘confianza’ (trust):

Like biological evolution, the market is a bottom-up world with nobody in charge
(…) nobody planned the global capitalist system, nobody runs it, and nobody really comprehends it.
This particularly offends intellectuals, for capitalism renders them redundant.
It gets on perfectly well without them
(…) the intelligentsia has disdained commerce throughout Western history”.

Ridley no se reprime y comenta que los ciudadanos libertarios (libertarians) son más generosos que los socialistas, por la sencilla razón de que los primeros piensan que es su obligación mientras que los segundos piensan que el Estado debe encargarse de los pobres (olvidando que los impuestos que gestiona el Estado provienen del comercio).

Con respecto a las críticas dirigidas a las grandes compañías, que se supone fagocitan el mercado, el autor sostiene que están obsoletas. Es absurdo mantener una retórica dirigida a fantasmas del pasado. Las grandes corporaciones tienen los días contados porque se está imponiendo la innovación que proviene de los pequeños comerciantes, un fenómeno que internet promueve felizmente:

Las buenas reglas recompensan el intercambio y la especialización, mientras que las malas reglas premian la confiscación y el politiqueo
(…) un mal gobierno puede empobrecer gravemente un país
(…) la libertad económica de un país predice su prosperidad en mucha mayor medida que su riqueza mineral, su sistema educativo o sus infraestructuras
(…) los países ricos lo son gracias a las habilidades de su población y la calidad de las instituciones que apoyan la actividad económica”.

La obra está plagada de interesante información. Sería estúpido intentar resumirla en este post, pero no puedo resistir algunas referencias:

-. La agricultura intensiva y la urbanización a gran escala protegen el planeta.

-. Las granjas de animales destinados al consumo humano mejoran la salud.

-. Los biocombustibles reducen peligrosamente la superficie terrestre destinada a la alimentación: “American drivers were taking carbohydrates out of the mouths of the poor to fill their tanks”.

-. Modificar genéticamente los cultivos para que se defiendan por sí mismos reduce el uso de insecticidas y, por tanto, protege la vida animal del planeta.

-. Greenpeace y Friends Of The Earth se oponen a que fundaciones occidentales provean gratuitamente semillas modificadas que permitirían alimentar al continente africano.

-. Los Estados raramente promueven el comercio, aunque les encanta capturar sus productos: “soon, through tax, regulation and monopoly, the wealth generated by trade was being diverted into the luxury of the few and the oppression of the many (…) strong governments are, by defnition, monopolies and these always grow complacent, stagnant and self-serving (…) they also fall for the perpetual fallacy that they can make business work more efficiently if they plan it rather than allow and encourage it to evolve”.

-. Los fenicios constituyen un ejemplo paradigmático para el progreso de la humanidad: “they never had an emperor, had comparatively little time for religion and fought no memorable battles (…) through Enterprise they discovered social virtue”.

-. La competición y las dificultades para unirse en un gran estado incentivaron la industrialización en Europa, evitando una burocracia conducente al estancamiento, como sucedió, por ejemplo, en China durante la dinastía Ming (“free trade causes mutual prosperity while proteccionism causes poverty (…) free trade works for countries even if they do it and their neighbours do not”). Ridley no se atreve, pero este argumento puede apoyar a quienes mantienen que la Unión Europea es una idea de mala a muy mala, ¿no creen?

-. Huyamos de utopías como las de Thoreau o Skinner: “living in the country is not the right way to care for the Earth. The best thing that we can do for the planet is build more skycrapers (…) the story of the XX century was the story of giving everybody access to the privileges of the rich, both by making people richer and by making services cheaper”.

-. Olvídense de políticas dirigidas a controlar la natalidad para evitar una supuesta superpoblación mundial. El mejor modo es estimular la prosperidad: “los países reducen su natalidad a medida que aumenta su riqueza, su salud, su educación, su urbanización y el nivel de emancipación de sus ciudadanos”.

-. El capitalismo, y, más en concreto, la explotación de los combustibles fósiles, exterminó la esclavitud: “el desarrollo económico se hizo sostenible cuando se apoyó en energías no-renovables, no-verdes y no-limpias (…) arruinar hábitats y paisajes, así como eliminar especies, para obtener combustible, es un error medieval que no deberíamos repetir, teniendo en cuenta que podemos usar carbón y reactores nucleares”.

-. El motor de la prosperidad en el mundo moderno es la creación cada vez más rápida de conocimiento útil: “el conocimiento se encuentra disperso por la sociedad porque cada persona tiene una perspectiva especial. El conocimiento no puede reunirse en un solo lugar, es colectivo, no individual”.

Como científico, una de las partes más interesantes del ensayo es la búsqueda de respuestas a la pregunta de qué mueve la máquina de la incesante innovación en el mundo moderno.

La ciencia NO es una de ellas: “it is what happens today in the garages and cafés of Sillicon Valley, but not in the labs of Stanford University (…) rarely is a result of the application and transfer of knowledge from the ivory towers of the intelligentsia”. Tampoco es el capital: “today, plenty of money is wasted on research that does not develop, and plenty of discoveries are made without the application of much money”. Ni la propiedad intelectual. La gente se enriquece vendiendo cosas, no ideas. Las patentes no estimulan los inventos. Ni, por supuesto, los gobiernos. La innovación no se puede predecir, ni responde al dirigismo de los políticos. De hecho, la inversión de los gobiernos en I+D carece de impacto en el desarrollo económico (“this rather astonishing conclusion has been almost completely ignored by governments”).

La respuesta correcta es, por supuesto, el intercambio (de ideas). El gran secreto del mundo moderno es su conectividad. La promiscuidad de ideas es descomunalmente maravillosa: “almost every technology is a hybrid (…) the result is gloriously unpredictable”. Ridley predice un mundo post-capitalista y post-compañías en el que los individuos se unen temporalmente para compartir, colaborar e innovar, y en el que internet permite encontrar empresarios, empleados y clientes en cualquier rincón del planeta: “the top-down years are coming to an end”.

El capítulo 9 (turning points: pessimism after 1900) es glorioso. No les cuento nada porque lo pasarán en grande al leerlo. Solo una cosa: me recuerda el repaso que hizo Michael Crichton en su magnífica conferencia en el Smithsonian después de publicar ‘State of Fear’: “good news is no news, so the media megaphone is at the disposal of any politician, journalist or activist who can plausibly warn of a coming disaster”.

Ridley predice un aumento del orden espontáneo creado por el intercambio y la especialización. La inteligencia será cada vez más colectiva. La innovación y el orden serán cada vez más bottom-up. El trabajo será cada vez más especializado y el ocio cada vez más diverso:

The bottom-up world is to be the great theme of this century
(…) here comes everybody
(…) the XXI century will be a magnificent time to be alive.
Dare to be an optimist”.

Pensando sobre la tesis de Ridley no pude evitar recordar la obra de Charles Murray sobre los logros de la humanidad (Human Accomplishment, 2003). En concreto, sobre las respuestas a la pregunta de qué factores estimulan los descubrimientos, los logros y la eminencia de la que nos beneficiamos los humanos.

Una sociedad pacífica no sirve como explicación: que haya guerra o paz es irrelevante. El capital económico no siempre contribuye, como demuestra, por ejemplo, el caso de España después de descubrir (o conquistar) el Nuevo Mundo. Pero la presencia de grandes figuras a las que emular, ciudades culturalmente vibrantes, y la libertad de acción (tanto en sistemas monárquicos como democráticos) parecen respuestas prometedoras.

El sociólogo hace cálculos (regresión) usando la ingente base de datos considerada en su obra y estos son los resultados: 1) “war and civil unrest have no relationship”, 2) “a large and statistically significant relationship exists between wealth and the production of significant figures”, 3) “being a political or financial center increased the expected number of significant figures by 64%, holding everything else constant, while having an elite university increased that expected number by 184 percent”.

El análisis de Murray considera el periodo que va desde el 800 antes de Cristo hasta 1950, y, por tanto, la brillante perspectiva de futuro que presenta Ridley, basándose en la segunda parte del siglo XX, no puede contrastarse con las conclusiones del sociólogo norteamericano. Pero se aprecia un acuerdo relevante con la importancia, en general, del bienestar económico, de la prosperidad, en ambos casos. Me resultó chocante que el periodista británico ignorase en ‘The Rational Optimist’ el faraónico análisis del sociólogo norteamericano.


En resumen, Ridley nos anima a facilitar el libre comercio para mejorar nuestra prosperidad, reduciendo el intervencionismo político y fomentando la autonomía de los individuos. La presencia permanente y cansina de los representantes políticos en los mass media es absurda en el mundo actual, un mundo en el que los ciudadanos de a píe son los verdaderos protagonistas. Dirigir desde arriba (top-down) es una estrategia obsoleta y dañina para fomentar la prosperidad. La sociedad actual es un sistema altamente complejo que se regula mejor desde abajo (bottom-up). El futuro será brillante siempre que los representantes dejen de empeñarse en dictarnos (con la connivencia activa de los mass media) lo que debemos o no debemos hacer. Nosotros ya sabemos lo que hemos de hacer, y, si no lo sabemos, ya lo descubriremos. Nuestra inteligencia colectiva nos sirvió bien y seguirá haciéndolo si nos libramos de los parásitos sociales, de esos individuos que viven a costa del esfuerzo de los demás inventándose reglas y normativas que conducen al estancamiento, a una parálisis contraria a la prosperidad creciente.

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