domingo, 7 de febrero de 2016

IBEROS: Isabel I de Castilla

En Noviembre de 2007 fui invitado al Schelling Symposium. Tuvo lugar en la Universidad de Maryland y participaron, además de este mortal, James Flynn, Linda Gottfredson, Richard Nisbett, Clancy Blair, Douglas Detterman, Han van der Maas, William Dickens, Eric Turkheimer, Jelte Wicherts, John Loehlin y David Grissmer.

Puede que algún día les cuente cómo fue ese encuentro, pero lo que hoy me ocupa es otra historia. En mi tiempo libre por la Tierra de María, me escapé a la vecina Washington DC para dar un paseo por The Mall y alrededores. Vagué sin rumbo y di con mis huesos en el edificio de la Organización de Estados Americanos. Me quedé de una pieza (no sin habla, porque iba solo, y, por tanto, callado) al percatarme de que presidía la entrada una estatua de Isabel I (Reina de Castilla, de Aragón, de las Islas y Tierra Firme del Mar Océano). ‘Qué raritos son los norteamericanos’, me dije utilizando un sutil lenguaje subvocal.


Pero no, no es que los norteamericanos sean especialitos, es que Isabel es una figura histórica de primerísima división. Después de dudar sobre la elección adecuada para ahondar en el personaje, elegí el excelente ensayo de Luis Suárez, Premio Nacional de Historia.

Isabel nació hace ahora 565 años (es decir, en 1451) en Madrigal de las Altas Torres (Ávila) y fue, desde bien temprano, una niña despierta. Gran aficionada a la lectura, coleccionó libros que alimentaron una frondosa biblioteca. A los dieciséis años se presentaba como una curiosa, inteligente y bella rubia de ojos azules y mediana estatura. Se ha subrayado su graciosa presencia y agradable trato, su mirada franca y su expresión serena. Modesta en la vestimenta, rechazaba los juegos de azar y los espectáculos crueles. Presentaba una extraordinaria capacidad resolutiva y la virtud que admiraba por encima de las demás era la lealtad (odiaba la traición).

Tuvo conciencia de que podía llegar a reinar porque, en Castilla, las mujeres tenían ese derecho. Esa posibilidad aumentó cuando su hermano permitió su nombramiento como Princesa de Asturias. Ella quiso demostrar que las mujeres eran tan capaces de gobernar como los hombres. Y, por Tutatis, logró sobradamente su objetivo.

En su accidentada carrera hacia el poder, Isabel decide contraer matrimonio con Fernando de Aragón. Vizcaya y Guipúzcoa, además de Asturias, apoyaron con entusiasmo a los príncipes en ese trayecto ascendente (“antes morir que abandonar su obediencia”). Isabel tuvo que competir con la hija de su hermanastro, el por entonces Rey Enrique IV, la famosa Juana La Beltraneja. Y ganó, después de sortear multitud de escollos.

El Rey Enrique IV fallece en 1474 sin haber hecho testamento. Fernando no estaba en Castilla, así que Isabel decidió actuar con rapidez. Tenía 23 años. En Castilla, como recuerda Suárez, no era necesario coronar o consagrar a los reyes (como sucedía en lugares como Francia) sino que bastaba con proclamarles.

Los nuevos reyes se tomaron muy en serio su papel de “señores de la justicia” para asegurar que se cumpliesen las leyes, fueros, cartas, privilegios, así como los buenos usos y costumbres:

Las leyes hispanas son herencia del ius romano. Entre monarca y comunidad política existe un pacto que somete a ambas partes a deberes regidos por leyes”.

Isabel eligió como emblema el haz de flechas para representar la unión de los reinos.

En contra de las interesadas leyendas que a menudo se propagan, la religiosidad de la reina distaba de ser ingenua. Ramón Lull influyó en su confianza en la capacidad de razonar de los humanos y tuvo claro que todos los seres humanos habían sido dotados por Dios de una misma naturaleza, independientemente de su nacimiento y origen. Todos los humanos tiene derechos y deberes. Ella y Fernando “establecieron en sus reinos el principio de la libertad personal para todos sus súbditos, anulando las reliquias de la vieja servidumbre y suprimiendo los malos usos que sujetaban aún a [por ejemplo] los remensas en Cataluña [la región enferma de Iberia en aquella época]”.

Suárez subraya que es incorrecta la declaración de que Isabel y Fernando fundaron la unidad política española. Hispania existía anteriormente, y en ella se integraban Portugal y Navarra. Lo que si construyeron es una Unión de Reinos (una comunidad de súbditos cristianos reconocidos como personas libres) en una Monarquía única que gobernó sobre siete millones de personas: “Fernando e Isabel no se titularon nunca Reyes de España”. Los Reyes tenían el deber de gobernar por mandato divino y era al Divino Creador al que debían rendir cuentas sobre su correcto ejercicio del poder. Isabel se tomó muy en serio este deber.

Es realmente interesante el uso que hizo Isabel de sus hijos para asegurar las alianzas, y, por tanto, la paz. Su primogénita, Isabel (nacida en 1470), se casaría en Portugal. Juan (nacido en 1478) y Juana (nacida en 1479) casarían con miembros de la Casa de Habsburgo. Juana viviría una tormentosa vida en Flandes. Catalina (nacida en 1482) viajaría a Inglaterra y sería muy querida por el pueblo inglés. La pequeña María (nacida en 1485) se casó con Manuel de Portugal. La hija de Manuel y María es Isabel de Portugal, que se convertiría en su momento en la esposa del emperador Carlos V, y, por tanto, en madre de Felipe II.

La historia de la expulsión de los judíos en la época de los Reyes Católicos se ha narrado burdamente con repetitiva alevosía. Antes que en España se promovió su éxodo en Inglaterra (1290), Francia (1306), Alemania (1338) o Austria (1421). Los alemanes se autodenominaban, en aquella época, ‘matadores de judíos’ (siglos después volvieron a empeñarse en esa tarea y tuvieron bastante éxito). Isabel y Fernando perseguían la erradicación del judaísmo, pero no la salida de los judíos. Sin embargo, los sefardíes (cuyo significado es ‘españoles’) optaron mayoritariamente por el exilio. Los sabios universitarios parisinos escribieron una felicitación a los monarcas españoles por adoptar, finalmente, la decisión que sus propios reyes tomaron un siglo antes. Los enciclopedistas ilustrados hicieron un pésimo (e interesado) trabajo de documentación, ¿verdad?

Isabel apreciaba la educación, resaltó el papel de los libros y de la música y tuvo tendencia a rodearse de universitarios. El arzobispo Talavera, estrecho colaborador (y confesor) de Isabel, aprendió el árabe para enseñar a los granadinos, después de la reconquista, en su propia lengua. Los musulmanes le conocían como el ‘alfaqui santo’.


El espíritu humanista de Isabel se expresa en sus leyes de protección a los indígenas una vez consumada la conquista de América. La curiosidad natural de la reina pudo ser decisiva para el apoyo a la empresa del famoso almirante de origen incierto, quien “mostraría siempre agradecimiento y confianza en Isabel (…) proclamó siempre que Isabel era su magnánima protectora (…) fundó en Hispaniola la primera ciudad a la que llamó Isabel”.

El declive de Isabel comienza cuando, poco después de contraer matrimonio con Margarita de Habsburgo (quien tendría un destacado papel durante el reinado de su sobrino Carlos, hijo de su cuñada Juana), fallece su hijo Juan. Al año siguiente muere su hija Isabel durante un parto. La reina tenía 47 años, enfermó y tuvo que guardar cama.

Los últimos cuatro años de vida de Isabel fueron tan dramáticos como trepidantes, especialmente por los movimientos sucesorios en los que Felipe, el marido de Juana, tuvo un destacado y perverso papel. Y Juana, a quien Felipe podía seducir, pero no dominar, también jugó sus cartas. Estaba loca, pero no era tonta, como nos recuerda un par de veces Suárez.

Isabel firma su testamento el 12 de octubre de 1504, doce años después de que la expedición de Cristóbal avistara Tierra al otro lado del Atlántico. Ese testamento debería leerse con detenimiento porque es un resumen exquisito del carácter de la admirable soberana.


Isabel y Fernando 'vigilan' la espalda del Presidente de las Cortes y miran a los ojos de los parlamentarios españoles

La serie de RTVE sobre Isabel es un excelente homenaje a su genio y figura. Tuvo un considerable éxito de audiencia porque los personajes y los sucesos narrados poseen un intrínseco poder de atracción, pero también por su calidad, merecedora de varios premios.

El guión estuvo adecuadamente construido y fue bastante fiel a lo que se sabe. Pero se apreciaba el uso de la tijera. Eran tantas las cosas que podían contarse que desbordaban la pantalla. Desde la carrera hacia el poder, pasando por la reconquista de Granada y la llegada al nuevo mundo, pasando por el episodio de los sefardíes o la instauración de la inquisición, asistimos a un espectáculo que merece ser contado desde distintos ángulos.

La serie sale airosa del reto. Si no tuvieron oportunidad de verla, me permito recomendársela. Isabel merece su tiempo.



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