lunes, 5 de julio de 2010

Eminencia (y Parte 4): Libertad de acción, naturaleza humana y postmodernismo

Es relevante preguntarse si una democracia es un factor que contribuya a comprender la presencia de los logros de la humanidad. Y la respuesta es negativa. Es un hecho que los estados totalitarios estimularon el logro en las artes y las ciencias, por lo que la democracia no puede ser una explicación.

Según el estudio de Charles Murray, el factor clave es la libertad de acción de la que, de hecho, disfrutan los artistas y los científicos, no las protecciones legales. Las monarquías de entre 1400 y 1950 toleraron la heterodoxia y la independencia de pensamiento, tanto como --supuestamente-- las democracias contemporáneas. Sus artistas y científicos gozaron de una considerable libertad de acción.

Desgraciadamente, España vuelve a ser una excepción, no obstante; a pesar del tamaño de su región, de su población y de su bienestar, su limitada libertad de acción da cuenta, bastante bien, de su disipación cultural tras el descubrimiento de América.

Pongámoslo en cifras para acorralar a las dudas: ser un centro financiero incrementa en un 64% la presencia de figuras relevantes, mientras que disponer de una universidad de elite aumenta esa presencia nada menos que en un 184%.

Si verdaderamente se quiere promover la eminencia, entonces hay que ser un país rico y asegurarse de que las mejores mentes del país disponen de un medio natural en el que poder desarrollar sus ideas, (a) con libertad de acción y autonomía, (b) un pellizco verdaderamente relevante del presupuesto general del Estado [= recursos de sus conciudadanos] y (c) la necesaria tolerancia a las innovaciones por muy peregrinas que puedan parecer en un principio.

Así son las cosas.

Naturaleza humana y eminencia

¿Está en la naturaleza humana alcanzar la excelencia, y, por tanto, perseguirla a la mínima oportunidad, o es la excelencia algo que debe invocarse porque los humanos son indiferentes a ella?

Los españoles somos listos. Tengo pruebas. Pero está menos claro que seamos capaces, por ahora, de generar el caldo de cultivo apropiado para que la eminencia pueda madurar. Las llamadas “culturas del pelotazo” nos acosan. O nos libramos de ellas o seguiremos en nuestra línea habitual.

La fama puede aparecer de la noche a la mañana, pero la excelencia suele ir acompañada por un intenso y prolongado trabajo. Muchos de los trabajos de las figuras eminentes del pasado resultaron vanos. Sin embargo, una persona que tenga la intensa sensación de que está en este mundo para conseguir algo, dispone de más probabilidades de alcanzarlo. Creer que la vida tiene un propósito predispone a invertir el talento en aquello que se considera que merece la pena. Y lo que merece la pena no tiene por qué ser lo más lucrativo o lo que da más glamour, sino aquello que representa la más alta expresión del objeto de la propia vocación.

Existen talentos y vocaciones en nuestro país. ¿Por qué derrocharlos?

El propósito conlleva la creencia de que la vida tiene un sentido. La autonomía lleva asociada la creencia de la persona en su poder para satisfacer ese significado mediante sus propias acciones.

Los logros son más frecuentes y amplios en culturas en las que se valora hacer algo nuevo y actuar de modo autónomo. Eso si, que la gente crea en el poder de satisfacer su destino depende en parte de su constitución psicológica, aunque las normas culturales estimulan o disuaden a la mayoría de la población.

En una cultura que teme a la innovación, la originalidad se hace sospechosa.

El progreso de la ciencia en Occidente se ha estimulado mediante el argumento competitivo de que la meta está esperando ahí, en algún lugar. Asia no ha tenido ese caldo de cultivo competitivo. Y la diferencia entre ambos contextos se puede explicar por la discrepancia entre el progreso que puede hacerse mediante el consenso, frente al progreso que exige individuos que insisten en que solos están bien. El Islam reinó durante tiempo, gracias a su propósito y vitalidad --Al Andalus es prueba de ello-- pero no pudo dar la autonomía necesaria para mantener su reinado.

El propósito y la autonomía se mezclan con la característica que define a la civilización europea: el individualismo.

La combinación del legado griego con el cristianismo produjo el milagro en Europa. La teología cristiana resultó revolucionaria al enseñar que todos los seres humanos pueden relacionarse personalmente con Dios y que todos los individuos son iguales ante sus ojos. Esa teología estimuló que el individuo actuase como tal, de un modo no conocido hasta ese momento.

Tomás de Aquino propuso la doctrina que la iglesia adoptó rápidamente: la inteligencia es un regalo de Dios y usarla para comprender el mundo le satisface. Fe y razón se complementan.

En contra de lo que a menudo se cree, Lutero no resultó particularmente interesante en este sentido. De hecho, la tesis de Aquino es más proclive al ejercicio de la autonomía y el uso del intelecto que el luteranismo o el calvinismo.

Reflexiona Charles Murray sobre el hecho de que a comienzos del siglo XXI, la religión está pasada de moda. No solamente eso, sino que los ciudadanos más inteligentes son agresivamente anti-clericales. Y estas pueden ser malas noticias para las artes y las ciencias.

¿Qué puede facilitar, en última instancia, los logros?

Nuestro autor destaca dos factores: la estructura organizativa y las bondades trascendentales.

La estructura organizativa se refiere al marco de referencia de las ciencias y las artes, así como a los criterios que la sociedad posee para valorar el logro. Una estructura que produce grandes logros debe estimular dos cualidades en tensión: libertad y orden. Cuanto más extensa y flexible es la estructura, más margen para que la libertad y el orden puedan co-existir.

Las bondades trascendentales implican que hay cosas verdaderas, bellas y buenas. Se trata de una visión, que atrae e impulsa a avanzar, sobre lo mejor que pueden llegar a ser los humanos.

La tendencia actual de los políticos a regularlo todo es contraria a la libertad de acción necesaria para alcanzar grandes logros. El descubrimiento de la verdad es la esencia de la ciencia. En las culturas en las que las personas no consideran que deben descubrir la verdad sobre cómo funciona el mundo, no puede aparecer el logro científico.

Es patente que los logros han declinado desde el siglo XIX, es decir, se aprecian menos autores significativos por unidad de población.

¡A la porra el posmodernismo!

La igualdad no está relacionada con las capacidades, la persistencia, el celo y la visión que producen la excelencia. Igualdad y excelencia pertenecen a distintos dominios, y promover alguna de ellas no compite con la promoción de la otra. La naturaleza de los logros en un determinado espacio y tiempo, se puede predecir con razonable precisión si se conoce el estatus de esa cultura en relación a las dimensiones de:

1.- Propósito.
2.- Autonomía.
3.- Estructura organizativa.
4.- Bondad trascendental.

La gasolina para el descubrimiento científico, es decir, el debate sin cuartel y una rabiosa competitividad por colocar el siguiente ladrillo en el edificio, requiere individualismo. Cuando los científicos carecen de la adhesión a los ideales de verdad, el trabajo resultante suele ser falso.

La razón por la que algunas obras de arte siguen teniéndose en alta estima, se debe a que las personas que más saben de arte siguen siendo atraídos por ellas, hablando y escribiendo sobre ellas.

Durante tiempo seguiremos preguntándonos ¿cómo pudo hacer eso un ser humano? Pero también gritaremos: ¡Un ser humano lo hizo!

Por eso…

.- No podemos ni debemos contentarnos con una cultura en la que el objetivo básico es el bienestar, la comodidad, la salud y la longevidad.

.- No podemos ni debemos adaptarnos a una sociedad que se regodea en el entretenimiento barato y los espectáculos casposos.

Una cultura incapaz de competir con las expresiones más elevadas del espíritu humano del pasado, es una cultura decadente. Es realmente descorazonador ser conscientes de que somos incapaces de llegar a la altura de quienes nos precedieron en el transcurso de la historia reciente.

Esa toma de conciencia es, al menos en parte, lo que invita a un nihilismo que está de moda. Pero esa actitud no puede ni debe perdurar. Está caduca.

A no mucho tardar, los ciudadanos que aman la literatura, la música y la pintura por su poder para expresar la belleza, la verdad y la bondad, dominarán las facultades de las universidades líder en el mundo y esa situación promoverá que la gente vuelva a valorar la excelencia

Es verdaderamente absurdo que gente que no ama las artes tenga alguna influencia social. Ahora es así, pero las tornas cambiarán.

Resulta especialmente apropiado cerrar esta serie sobre la eminencia, usando unas palabras del propio Charles Murray:

Los seres humanos han sido más productivos y han llegado a lo más alto de su tiempo y lugar cuando han pensado seriamente sobre su lugar en el universo y cuando han estado convencidos de que, en ese Universo, había un sitio para ellos” (p. 458).

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