jueves, 17 de marzo de 2011

La estupidez de Giancarlo Livraghi

Una ciudadana anónima, que llamó a la radio, recomendó a los oyentes 'El poder de la estupidez' obra publicada en español por la editorial 'Crítica'. Captó mi atención y seguí el consejo.

El resultado ha sido decepcionante. El autor es filósofo, y. además, experto en comunicación y estrategia empresarial. Quizá por eso su mensaje 'cuela' en general, pero como científico encuentro que su argumentación es realmente pobre.

Es un caso más de mensaje dirigido a lo que Dick Herrnstein y Charles Murray, con excelente criterio, denominaron 'élite cognitiva'; el 90% de la población no cuenta para Livraghi. Veremos por qué.

En esencia, el autor nos comunica que la estupidez es una epidemia de inabarcables proporciones. Existe, no obstante, una solución:

"un poderoso antídoto contra la estupidez es la inteligencia.

Lo único que necesitamos es el deseo insaciable de ampliar nuestro conocimiento más allá de los límites de la costumbre y la cultura,

comprender lo que en cierto momento puede parecer irrelevante o falto de interés pero que, cuando se combina con otras cosas que sabemos o podemos descubrir, encaja asombrosamente y nos permite o bien crear un nuevo modelo, o bien desvelar cómo una perspectiva conocida podría funcionar en un contexto diferente".

¡Ahí es nada!

Naturalmente, aprovecha la coyuntura para arremeter contra el estudio científico de la inteligencia: "lo único que sabemos, sin lugar a dudas es que, sea lo que sea la inteligencia, no es lo que detectan los tests de inteligencia".

Vaya, curioso razonamiento: no sabemos lo que es, pero seguro que eso que valoran los psicólogos no es. Va a ser verdad que la estupidez está muy extendida.

Se discute la ley de Murphy, la de Parkinson, el principio de Peter, y, también, el de (no es broma) Cipolla. Considera el autor que los estúpidos no saben que lo son y por eso resultan tan peligrosos. No expresa Livraghi una especial sutileza analítica, pero si una oceánica ignorancia respecto al hecho constatado de que cualquier factor psicológico propende a distribuirse normalmente en la población. Su tesis de que nadie está libre de la estupidez se puede acomodar muy bien a esa distribución, pero, en tal caso, referirse a estúpidos carece de sentido.

Quizá de lo poco que me ha interesado de su obra son algunas citas. Por ejemplo, ésta de Asimov:

"La frase científica más excitante, la que precede a grandes descubrimientos, no es '¡Eureka!' sino 'qué raro...'"

Justo después de esta perla, el autor vuelve al fango: "el instinto de la curiosidad, junto con la capacidad de escuchar, constituye un poderoso antídoto contra la estupidez. La curiosidad es una hermana alegre, divertida y simpática de la inteligencia".

Así que la curiosidad es un instinto, como la reproducción, por ejemplo. Entonces ¿por qué existe la estupidez? Si es un instinto, no podemos dejar de ser curiosos, y, por tanto, no habría espacio para la estupidez ¿no?

Poco después dice que, en realidad, la curiosidad es un 'talento'. Y, también, un 'hábito' que "si contamos con la suerte de poseer, vale la pena conservar". Me hago un lío.

Hacia la mitad de la obra se despacha diciendo que, para combatir la estupidez, necesitamos inteligencia "en los dos sentidos de la palabra: un mejor pensamiento y una mejor información". ¿Será casualidad que distinga ahora los dos ingredientes principales de la capacidad intelectual identificados por la Psicología científica? ¿Sabemos ya qué es la inteligencia?

El autor alcanza el colmo de su propia estupidez --como carencia de información, en este caso-- cuando declara, en una de sus notas a píe de página, que la mayoría de las innovaciones humanas se han desarrollado en un entorno favorable. ¿Escribe de oídas?

2 comentarios:

  1. Me ha encantado lo de "un poderoso antídoto contra la estupidez es la inteligencia". Se me ocurren otras parecidas, como "un poderoso antídoto contra la obesidad es estar delgado", o "un poderoso antídoto contra la calvicie es tener pelo". A David Bisbal le vapulearon en Twitter por mucho menos.

    Me han entrado ganas de leer el libro y todo.
    M

    PS: Qué ganas de usar Internet Explorer, así de repente...

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  2. Es poco delicado arremeter contra David y, por extensión, entraña una considerable dosis de innecesaria agresividad contra los rizos. El Explorer nunca debió dejar el lugar que le corresponde en la red. Las pruebas son contundentes, y, además, sigue el sistema de cuotas. R

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