La novela de Corral, Profesor de Historia de la Universidad de Zaragoza, sobre
la conquista de Numancia por parte
de la República de Roma, es
interesante y recomendable. Se sirve de dos personajes ficticios (el celtíbero Aracos y el romano Marco Cornelio Tulio) para narrar los entresijos de la poderosa y
ambiciosa república, así como de los desunidos y bravos pueblos de Iberia.
Se divide en tres partes (Al servicio
de Roma, Regreso a Celtiberia, y El cerco de Numancia). En la primera parte se
cuenta cómo Aracos debe abandonar su aldea para ganarse la vida como mercenario
del ejército romano. Durante ese periodo traba amistad con Marco, una relación
que se hace honda cuando el ibero le salva la vida ante las murallas de Numancia
(“para los
celtíberos la amistad es un sentimiento eterno y cuando se firma una tésera de
amistad con alguien, ese pacto es para siempre, por encima de la nación, de la
familia y de cualquier otro deber. Así es como me instruyó mi padre”).
Mientras el guerrero ibero combate
bajo las órdenes de Roma aprende sus tácticas y contribuye a la derrota
definitiva de Cartago, durante
tiempo el mayor enemigo de la República. Cae bajo el asedio de Escipión y aunque “la ciudad púnica era mucho más grande, más poblada,
más rica, más famosa y más fuerte que la pequeña Numancia de los arévacos, algo
le dijo en su interior que sería mucho más fácil conquistar Cartago que aquella
perdida ciudad de la meseta celtibérica”.
Tras varios años de servicio, Aracos
decide regresar a Celtiberia. Con el dinero ganado se construye su casa, compra
tierras y contrae matrimonio, pero pronto debe responder a la petición de su
padre para saldar una vieja deuda de honor. Aquí se cruza la historia del
caudillo lusitano Viriato, quien, como
se sabe, puso en jaque a los romanos durante años hasta ser traicionado y
asesinado en su lecho por tres de los suyos. Aracos se reúne en varias
ocasiones con Viriato, pero decide unirse a los numantinos.
Durante veinte años la
ciudad de Celtiberia resiste los envites de los romanos. El equivalente a
quince legiones perecen en Hispania en ese periodo de conquistas, como le
confiesa Escipión al guerrero celtíbero al responder negativamente a su
propuesta de paz. Roma quiere venganza y la obtendrá (“los romanos siempre vuelven”).
El cónsul romano logra finalmente la
caída de Numancia, pero no lo hace en una batalla, sino gracias a un largo
asedio que logra reducir a la inanición a la población. Solamente los
seguidores de Aracos que todavía seguían con vida, se lanzaron a un ataque suicida
ante la extraordinaria muralla de contención construida por los sesenta mil
soldados romanos que rodearon la pequeña ciudad ibera. No
hubo valor ni honor en la destrucción de Numancia, sino una cruel perseverancia.
Como nos dice Corral en su nota de
autor “desde
hace siglos Numancia ha sido un mito de referencia para los pueblos que han
luchado por su independencia y libertad”.
Aracos le confiesa a su lugarteniente
Aregodas, cuando la contienda se da por perdida, que “Numancia mostró al mundo la fuerza de la razón.
Cuando todo esto acabe y Roma destruya Numancia, el ejemplo de esta ciudad
inmolada iluminará a otros pueblos, y será una marea insostenible (…)
probablemente no quede nadie vivo para llorarnos, pero nuestra muerte será
nuestro triunfo”.
Numancia y Viriato fueron, y siguen
siendo hoy en día, un ejemplo de las terribles carencias a las que se ve
sometido un pueblo dividido. Tanto el famoso caudillo como la mítica ciudad
buscaron modos de unir a los aguerridos pueblos de la península ibérica. Si lo
hubieran conseguido, Roma habría fracasado. Pero cedieron a las conspiraciones
del Senado romano para dividirles: “los que poblamos esta tierra no tenemos la conciencia de
pertenecer a un único país. En Iberia prestamos más atención e interés a la
familia, al clan y a la tribu que a cualquier otra cosa (…) a las gentes de
Iberia no nos une ningún sentimiento común, por eso, tarde o temprano,
acabaremos sometidos a Roma”.
Así fue, así es, y, desgraciadamente,
así será si no aprendemos de la experiencia.
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