miércoles, 26 de marzo de 2014

Influencia de las diferencias culturales sobre el rendimiento valorado por los tests de inteligencia

Cuando vi el título de este artículo y observé que lo firmaban autores que trabajan en España casi me caigo de la silla (aunque es una buena silla).

Fasfous, A. F. et al. (2013). Cultural differences in neuropsychological abilities required to perform intelligence tasks. Archives of Clinical Neuropsychology, 28, 784-790.

Se compara a un grupo marroquí con uno español en el test de inteligencia Beta III, concluyendo que la puntuación media del primero es de 87 y la del segundo es de 105. Por tanto, el grupo de españoles presenta, en promedio, 18 puntos de CI más que el grupo de marroquíes. Ese resultado se aprecia a pesar de que ambos grupos no son distintos en edad, nivel educativo o ingresos.

Ante este resultado me fui a consultar la tabla de Lynn y Vanhanen en la que se consigna el CI de las naciones estimado a partir de distintos estudios:


Marruecos presenta un CI de 85 y España de 97. Por tanto, una diferencia promedio de 12 puntos de CI. El mayor CI de los españoles en el estudio de Fasfous et al. puede deberse a que los individuos evaluados eran estudiantes universitarios. Los marroquíes evaluados también eran estudiantes universitarios, pero presentaban un CI prácticamente idéntico a la media en su país de origen. Una pregunta razonable es: ¿qué explica entonces esa diferencia?

Los participantes en el estudio completaron otras nueve tareas, además del Beta III. Esas tareas medían integración visual, flexibilidad cognitiva, atención selectiva, memoria verbal, memoria visual, fluidez verbal, fluidez no-verbal, memoria operativa y toma de decisiones. Salvo en la tarea de fluidez no-verbal, las diferencias entre ambos grupos favorecieron a los españoles por un margen muy considerable.


El siguiente paso consistió en calcular ecuaciones de regresión para cada grupo con el objetivo de averiguar cuáles de esas nueve tareas lograban predecir el rendimiento en el test de inteligencia. Las discrepancias fueron absolutas: las tareas que predecían inteligencia eran completamente diferentes para españoles y marroquíes.

El resultado es interesante, incluso provocador.

Sin embargo, desgraciadamente la evidencia es muy dudosa porque el número de casos es escandalosamente reducido: 27 personas por cada grupo.

Sería interesante que los autores se animasen a hacer un estudio a mayor escala que permitiese explorar el comportamiento psicométrico de las medidas y que se estudiase a fondo el potencial sesgo de las medidas. De hecho, ni siquiera necesitarían aplicar otras medidas que no fuesen el Beta III.

El informe da a entender que el test de inteligencia aplicado no mide lo mismo en ambos grupos, lo que sería un claro signo de sesgo. Sin embargo, la evidencia publicada en este informe no puede usarse para extraer alguna conclusión medianamente sólida.

En suma, si se pueden hacer sugerencias, y supongo que así es, animaría a los autores a diseñar un estudio en el que pudiese implicarse a cientos de participantes y en el que se midiesen no solamente variables de naturaleza estrictamente psicológica (como la inteligencia o la memoria operativa) sino también otra clase de indicadores como los conocimientos escolares supuestamente acumulados durante el proceso educativo (alguna versión de PISA podría servir). Un estudio así contribuiría a contestar la inquietante pregunta que estoy casi seguro surge en la mente del lector al observar la semejanza de CI entre los estudiantes marroquíes que cursan estudios universitarios en España y el CI promedio en su país de origen.


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