Vivimos, por ahora, en el planeta
Tierra. La palabra ‘planeta’
significa ‘nómada’, y, por tanto, viajar
es, para nosotros, un acto consustancial, algo que hacemos sin descanso.
Pero viajamos como si estuviésemos en
un enorme estadio olímpico, dando vueltas, en este caso alrededor de una estrella, de
una enana roja de la que pende la vida en nuestro planeta. ¿Deberíamos salir de
esa órbita para colonizar otros mundos?
‘A
Pale Blue Dot’ explora otros planetas para hablarnos del nuestro y para responder
a la pregunta de si merece la pena esforzarse por lograr visitar otros planetas
en los que se pueda asentar una nueva vida:
“un elemento central del futuro de la humanidad está situado
más allá de la Tierra”.
Carl Sagan refuerza la idea de que debemos
ser responsables con nuestro hábitat así como “tratarnos mejor unos a otros, y preservar y
amar nuestro punto azul pálido, el único hogar que conocemos”
situado a 30.000 años luz del centro de la vía láctea.
Subraya que los telescopios son
máquinas del tiempo, en el sentido de que las estrellas que podemos ver en la
actualidad corresponden a un pasado remoto:
“cuando observamos el centro de la vía láctea, la luz que
detectamos abandonó su fuente hace 30.000 años”.
Ante esta clase de magnitudes espacio-temporales
se siente vértigo intelectual.
Este científico recuerda que la
historia de nuestra especie se ha producido en el 0.002 % del periodo de tiempo
correspondiente a la historia del universo:
“no sabemos prácticamente nada de cómo se creó el universo, ni
si, de hecho, fue creado
(…) solamente
el 0.0000000000000000000000000000001 de nuestro universo es compatible con la
vida.
El resto es
negro vacío, frío y lleno de radiación
(…) aunque
tendemos a pasar por alto la posibilidad de que otras leyes concebibles de la
naturaleza sean también compatibles con la vida”.
Es decir, admite que pudieran existir
otras leyes que nos obligasen a cambiar nuestra actual visión de los hechos que
conocemos sobre el universo.
Manifiesta su enfado por la
reticencia a invertir más recursos en la exploración activa del espacio. Por
ejemplo, informa de que cada una de las naves Voyager cuesta lo mismo que un
solo bombardero estratégico moderno:
“el Voyager es un ser inteligente, parte robot, parte humano”.
La búsqueda de vida en otros planetas
constituye una fascinante empresa para la humanidad. Esa búsqueda se basa en
encontrar moléculas orgánicas basadas en el carbono. Y las más importantes son
los aminoácidos (que construyen las proteínas) y las bases de nucleótidos (que
construyen los ácidos nucleicos). La pregunta sobre de dónde provienen esas
moléculas sigue sin respuesta.
Rinde un breve homenaje al astrónomo
español J. Comas Sola por descubrir evidencia sobre la existencia de la
atmósfera terrestre:
“una atmósfera de oxígeno con cantidades apreciables de
metano sería un síntoma casi seguro de vida
(…) todos los
mundos con cielos que no son negros tienen atmósferas”.
Sagan estuvo envuelto en el programa
Apollo, pero eso no impide que exprese sus reservas:
“el programa Apollo no versaba principalmente sobre ciencia.
Ni siquiera
estaba centrado en el espacio.
El Apollo
trataba sobre confrontación ideológica y guerra nuclear, a menudo descritos con
eufemismos tales como ‘liderazgo’ mundial y ‘prestigio’ nacional”.
Pero eso no significa que no pueda
derivarse alguna lección no prevista:
“la cooperación global es una condición esencial para nuestra
supervivencia.
Viajar
resulta instructivo.
Ha llegado la
hora de hacer de nuevo las maletas
(…) nunca se
sabe dónde va a llevarnos la ciencia”.
El verdadero cerebro del programa
Apollo fue el ingeniero nazi von Braun, quien, a su vez, se inspiró en el
programa de viaje de Cristóbal Colón:
“sin sus tres barcos nunca habría regresado a tierras
españolas”.
Sagan habla con entusiasmo de
colonizar otros planetas, como, por ejemplo, Marte:
“pienso que la experiencia de vivir en otros mundos nos
cambiará inevitablemente
(…) el
descubrimiento de inteligencia extraterrestre podría jugar un papel importante
en la unificación de nuestro litigante y dividido planeta”.
Considera que “en ciencia, un resultado negativo no equivale
a un fracaso”, algo que no pocas revistas de ciencia actuales
olvidan con estremecedora facilidad.
Y no se reprime al avisar de los
peligros de la sociedad actual, que, a menudo, parece dirigida “hacia el
autoritarismo, la censura, los conflictos étnicos y un profundo recelo hacia la
curiosidad y las ganas de aprender”.
Viajar a otros mundos serviría de
antídoto:
“si continuamos acumulando solamente poder y no sensatez, con
toda seguridad nos autodestruiremos
(…) poblar
otros mundos unifica naciones y grupos étnicos, liga a las generaciones y
requiere de nosotros que seamos inteligentes y sensatos”.
Me alegra que acentúe la necesidad de
aplicar nuestra inteligencia para mejorar las condiciones de nuestra
convivencia aquí en la Tierra y más allá.
A buen entendedor, pocas palabras.
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