viernes, 6 de febrero de 2015

A Pale Blue Dot

Vivimos, por ahora, en el planeta Tierra. La palabra ‘planeta’ significa ‘nómada’, y, por tanto, viajar es, para nosotros, un acto consustancial, algo que hacemos sin descanso.

Pero viajamos como si estuviésemos en un enorme estadio olímpico, dando vueltas, en este caso alrededor de una estrella, de una enana roja de la que pende la vida en nuestro planeta. ¿Deberíamos salir de esa órbita para colonizar otros mundos?

A Pale Blue Dot’ explora otros planetas para hablarnos del nuestro y para responder a la pregunta de si merece la pena esforzarse por lograr visitar otros planetas en los que se pueda asentar una nueva vida:

un elemento central del futuro de la humanidad está situado más allá de la Tierra”.

Carl Sagan refuerza la idea de que debemos ser responsables con nuestro hábitat así como “tratarnos mejor unos a otros, y preservar y amar nuestro punto azul pálido, el único hogar que conocemos” situado a 30.000 años luz del centro de la vía láctea.

Subraya que los telescopios son máquinas del tiempo, en el sentido de que las estrellas que podemos ver en la actualidad corresponden a un pasado remoto:

cuando observamos el centro de la vía láctea, la luz que detectamos abandonó su fuente hace 30.000 años”.

Ante esta clase de magnitudes espacio-temporales se siente vértigo intelectual.

Este científico recuerda que la historia de nuestra especie se ha producido en el 0.002 % del periodo de tiempo correspondiente a la historia del universo:

no sabemos prácticamente nada de cómo se creó el universo, ni si, de hecho, fue creado
(…) solamente el 0.0000000000000000000000000000001 de nuestro universo es compatible con la vida.
El resto es negro vacío, frío y lleno de radiación
(…) aunque tendemos a pasar por alto la posibilidad de que otras leyes concebibles de la naturaleza sean también compatibles con la vida”.

Es decir, admite que pudieran existir otras leyes que nos obligasen a cambiar nuestra actual visión de los hechos que conocemos sobre el universo.

Manifiesta su enfado por la reticencia a invertir más recursos en la exploración activa del espacio. Por ejemplo, informa de que cada una de las naves Voyager cuesta lo mismo que un solo bombardero estratégico moderno:

el Voyager es un ser inteligente, parte robot, parte humano”.

La búsqueda de vida en otros planetas constituye una fascinante empresa para la humanidad. Esa búsqueda se basa en encontrar moléculas orgánicas basadas en el carbono. Y las más importantes son los aminoácidos (que construyen las proteínas) y las bases de nucleótidos (que construyen los ácidos nucleicos). La pregunta sobre de dónde provienen esas moléculas sigue sin respuesta.

Rinde un breve homenaje al astrónomo español J. Comas Sola por descubrir evidencia sobre la existencia de la atmósfera terrestre:

una atmósfera de oxígeno con cantidades apreciables de metano sería un síntoma casi seguro de vida
(…) todos los mundos con cielos que no son negros tienen atmósferas”.

Sagan estuvo envuelto en el programa Apollo, pero eso no impide que exprese sus reservas:

el programa Apollo no versaba principalmente sobre ciencia.
Ni siquiera estaba centrado en el espacio.
El Apollo trataba sobre confrontación ideológica y guerra nuclear, a menudo descritos con eufemismos tales como ‘liderazgo’ mundial y ‘prestigio’ nacional”.

Pero eso no significa que no pueda derivarse alguna lección no prevista:

la cooperación global es una condición esencial para nuestra supervivencia.
Viajar resulta instructivo.
Ha llegado la hora de hacer de nuevo las maletas
(…) nunca se sabe dónde va a llevarnos la ciencia”.

El verdadero cerebro del programa Apollo fue el ingeniero nazi von Braun, quien, a su vez, se inspiró en el programa de viaje de Cristóbal Colón:

sin sus tres barcos nunca habría regresado a tierras españolas”.


Sagan habla con entusiasmo de colonizar otros planetas, como, por ejemplo, Marte:

pienso que la experiencia de vivir en otros mundos nos cambiará inevitablemente
(…) el descubrimiento de inteligencia extraterrestre podría jugar un papel importante en la unificación de nuestro litigante y dividido planeta”.

Considera que “en ciencia, un resultado negativo no equivale a un fracaso”, algo que no pocas revistas de ciencia actuales olvidan con estremecedora facilidad.

Y no se reprime al avisar de los peligros de la sociedad actual, que, a menudo, parece dirigida “hacia el autoritarismo, la censura, los conflictos étnicos y un profundo recelo hacia la curiosidad y las ganas de aprender”.

Viajar a otros mundos serviría de antídoto:

si continuamos acumulando solamente poder y no sensatez, con toda seguridad nos autodestruiremos
(…) poblar otros mundos unifica naciones y grupos étnicos, liga a las generaciones y requiere de nosotros que seamos inteligentes y sensatos”.

Me alegra que acentúe la necesidad de aplicar nuestra inteligencia para mejorar las condiciones de nuestra convivencia aquí en la Tierra y más allá.

A buen entendedor, pocas palabras.


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