viernes, 29 de abril de 2016

El cerebro encapsulado: una de cadáveres humanos y no humanos

El mecanismo que está detrás de la configuración de un cerebro humano puede incluir métodos para protegerle de un entorno que supone negativo por defecto. Sabemos –o creemos saber—que el cerebro necesita de ese entorno para desarrollarse y alcanzar su máximo potencial, pero es más probable que improbable que el camino sea de dentro hacia afuera. Es el cerebro el que busca fuera lo que necesita dentro y rechaza de modo conservador todo lo demás –por si acaso.

Este supuesto vendría avalado por el hecho de que la cantidad de fibras que salen del cerebro es sustancialmente mayor que el número de fibras que entran en él. También por los resultados mostrados en la siguiente figura: arriba se muestra la estabilidad (sobre un máximo de 1) del factor general de inteligencia (g) durante el ciclo vital, mientras que abajo se presenta la semejanza asombrosa de la correlación del rendimiento intelectual (IQ) con las variaciones de grosor cortical (cortical thickness) en dos periodos del ciclo vital (a los 11 y a los 70 años).


Esa es la idea sobre la que se sustenta la visión de que el individuo es, de verdad, un ente activo. Esa es la perspectiva que considera una ingenuidad asumir que el entorno modela nuestros cerebros, sin más. A día de hoy parece mentira que esa visión se haya considerado seriamente en el pasado, pero así es. Convendría que dejásemos atrás unas alforjas que todavía siguen lastrando gravemente el avance del conocimiento científico.

Lo que hace el cerebro es tan importante para el organismo que su funcionamiento no se puede dejar al albur de las caprichosas condiciones del entorno. La receta que proporciona el genoma para cocinar un cerebro usando los ingredientes del entorno debe ser lo más autosuficiente posible. Si busca en las estanterías del supermercado ambiental y no encuentra lo que necesita, entonces echará mano de otras posibilidades para seguir con su plan de cocinado. Y, lo que es quizá más importante, la receta debe funcionar bajo mínimos de suministro: no necesita grandes superficies comerciales para llegar a ‘su’ meta.

Todo esto viene a cuento de una reciente nota publicada por Emily Underwood para Science Magazine en la que se hace eco de una presentación del encuentro anual de la Cognitive Neuroscience Society.

Buzsáki y Berényi insertaron 200 electrodos en el cráneo de un cadáver humano y aplicaron una corriente eléctrica alterna externa. Pretendían registrar y cuantificar la respuesta interna a la estimulación externa, pero no observaron nada. Es decir, la corriente externa no lograba penetrar en el interior del cráneo del cadáver. La mayor parte de la energía proyectada desde el exterior (un 90%) se dispersaba, como la mantequilla untada en un pan tostado, por la piel del cráneo que actuaba como una especie de escudo protector.

Este llamativo resultado apoya, de un modo bastante melodramático, las reservas de algunos científicos sobre la creciente popularidad de los métodos de estimulación transcraneal (tDCS y tACS). Estos métodos (directos o alternos) se sirven de electrodos para dirigir corrientes eléctricas débiles al cerebro de humanos vivos. El número de informes científicos en los que se asegura que esa clase de estimulación eléctrica posee efectos funcionales sobre el cerebro no para de crecer.

Sin embargo, el experimento con el cadáver humano eleva serias dudas al respecto, puesto que la mayor parte de los métodos usados en la investigación con humanos vivos emplean corrientes de 1 ó 2 miliamperios. Buzsáki asegura que para evocar alguna clase de actividad relevante en las neuronas serían necesarias corrientes de al menos 4 miliamperios. Usándose a sí mismo como sujeto experimental, Buzsáki llegó a aplicarse una corriente de 5 miliamperios. El resultado fue un mareo de campeonato que estuvo a punto de conducirle al desmayo.

Quienes usan actualmente esta clase de métodos de estimulación sostienen que funcionan, aunque no se sepa por qué. Aquí pueden ver un ejemplo, de entre los muchos disponibles que, por cierto, capturó la atención del IARPA Program. Actualmente este programa del ejército norteamericano está financiando a varios equipos que usan, en parte, esa clase de métodos para intentar mejorar las capacidades cognitivas (es decir, la inteligencia) de los individuos. Yo mismo participo en uno de esos proyectos.

Es posible que el resultado–más bien la falta de resultado— observado con el cadáver humano no pueda generalizarse a los humanos vivos: el tejido muerto no conduce la electricidad del mismo modo que el tejido vivo.

Pero Buzsáki replica que en el tejido vivo la falta de respuesta será aún mayor, puesto que está más hidratado. Ante la presión de la reportera, este científico acaba admitiendo que puede que la influencia de la estimulación eléctrica sea sutil, pero real.

Sin embargo, otros científicos, como Vincent Walsh –que han publicado informes usando esta clase de métodos—no tienen reparo en declarar que la tDCS y la tACS es un “sea of bullshit and bad science”.

Cuando los focos de los mass media se centran intensamente en la ciencia y los científicos compiten agresivamente por los escasos recursos disponibles, puede resultar tentador componer cuadros demasiado pesimistas o excesivamente optimistas. Ninguna de esas posturas es recomendable. Es mejor, y posiblemente más eficiente, ser escépticamente constructivo y permitirse pensar antes de actuar.

Comentaba Manuel Sebastián en Twitter que esta presentación sobre el cadáver humano le recordaba al estudio con resonancia funcional que se hizo hace tiempo con un salmón muerto. Denunciaban los investigadores responsables de ese bizarro estudio, que estrujar demasiado los datos puede equipararse a la confesión que se le arranca bajo tortura a un prisionero.


Seamos cautos, pero no tanto como para dejar de caminar. Ya nos advirtió Tolkien en ‘The Lord of the Rings’:

La prudencia es una cosa y la irresolución otra”.


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